Cerca de ahí, en otro altar de similares características, se encuentra una joven veinteañera a quien se le escucha exclamar: “¡Oh, poderoso Maximón! Te ofrezco tu puro, tu tortilla, tu guarito y tus candelitas si atraes hacia mí a ese muchacho que quiero”.
Nadie más pone atención a las plegarias de las mujeres. Cada quien lleva sus propias penas y peticiones.
Los ojos de los peregrinos se tornan rojizos por la enorme cantidad de humo producido por decenas de veladoras. Aun así, mantienen la vista fija en la figura de madera que representa a Maximón, una deidad que, según afirman sus devotos, mezcla la bondad con la maldad. Es mitad santo y mitad dios, de voz sofocante y aguda —afirman quienes dicen haberlo escuchado—.
Se cree que es originario de Santiago Atitlán, Sololá, donde habita la etnia tzutujil.
Cuenta la leyenda que los primitivos de ese pueblo afrontaban una crisis social debido al adulterio. Fue entonces que surgió Maximón, quien sería el encargado de restablecer el comportamiento sexual de la gente, por lo que fue erigido para ser el guardián de la moral.
Sus poderes, sin embargo, se corrompieron y se convirtió en el principal transgresor de las normas que le habían sido encomendadas.
El antropólogo Samuel Lothrop, en su libro Further Notes on Indian Ceremonies in Guatemala, indica que “Maximón es un ser sobrenatural y potente, con cuerpo grotesco, como de espantapájaros, con un puro en la boca y que resucita ( ) Es la encarnación del conflicto y la ambigüedad; es tratado con temor y respeto, pero también despreciado y objeto de burla”.
La obra Los escándalos de Maximón, escrita por Michael E. Mendelson —cuyas páginas encierran un completo estudio sobre la religión y la visión del mundo en Santiago Atitlán—, apunta que “los dos mundos, el pagano y el cristiano, se reúnen en Maximón; en él se han institucionalizado el conflicto y la ambivalencia”.
En esa localidad, de hecho, se le relaciona con Rilaj Mam, el gran abuelo protector de los tzutujiles, quien fue puesto en la tierra por los creadores del universo, según el Popol Vuh. De acuerdo a Mendelson, también se ha dicho que es Judas Iscariote, Pedro de Alvarado —el sangriento conquistador español—, San Andrés, San Miguel o San Pedro —el primer apóstol—.
También se le ha descalificado y lo han conceptualizado como borracho, parrandero, adúltero, fornicador, homosexual y alcahuete. Esto, claro, según la acepción de cada persona. “Yo no lo venero, pero le tengo respeto”, refiere Santiago Xicay, poblador de Chimaltenango. “Afirman que tiene mucho poder; mejor no me meto con él ni con la gente que lo adora”.
“Es el diablo”, advierte el sacerdote católico Hugo Estrada, del templo de La Divina Providencia. Con él coincide Abelardo Pérez Ruiz, de la diócesis de Sololá. “Maximón es un fenómeno de gravísima corrupción religiosa, del cual solo Dios sabrá el daño que tendrá en los cuerpos y en las almas”, comenta.
Aunque el catolicismo lo ve como un personaje oscuro, las creencias mayas difieren. El ajq’ij Pedro Ixchop, de la Asociación de Sacerdotes Mayas de Guatemala (ASMG), señala que en Maximón solo fluye energía positiva. “Nosotros no tenemos celos de las imágenes católicas; somos más tolerantes en cuestiones de fe que ellos”, afirma.
La socióloga Sylvie Pédron Colombani, experta en las religiones, rituales, migraciones y antropología del mundo maya contemporáneo e integrante de la prestigiosa Casa de Arqueología y Etnología René Ginouvès, de Francia, refiere que “Maximón es un claro ejemplo del mestizaje intercultural y de las identidades negociadas”.
Hasta ahora, aún se debate sobre quién es en realidad. Mientras, él continúa paciente sobre una silla, la cual representa su trono. Sus seguidores lo visten de diferentes formas. El pueblo tzutujil suele colocarle un pantalón corto al que le llaman skof, de color blanco con bordados de figuras de pájaros. Estos se sujetan con un cinturón denominado pax, por lo regular rojo con un nudo hacia el frente que cuelga en la zona de los genitales. La camisa —ajtun—, similar a las que vestían los españoles del siglo XVIII, se confecciona con tela jaspeada de color rojo, azul y verde. También se le coloca un saco oscuro. A veces corbata. En la espalda, en ocasiones, lleva un tzute rojo y café que simboliza poder y jerarquía. Su cabeza es cubierta con pañuelos de distintos diseños. Por último, su tradicional sombrero de palma o de estilo tejano.
En San Andrés Itzapa, Chimaltenango, lo visten de vaquero, militar o agricultor; dependiendo del contexto social del devoto.
En cualquier caso, su mirada es enigmática. Fija. Hasta espeluznante. Es tan penetrante que queda clavada en los ojos de sus muchos fieles, los cuales están repartidos en todo el país. Aparte de Santiago Atitlán y San Andrés Itzapa, es muy venerado en San Lucas Tolimán, San Juan La Laguna, Santa Lucía Utatlán y Santa María Visitación, Sololá. También en Zunil y Coatepeque, Quetzaltenango; San Andrés Xecul, Totonicapán; Patzún, Chimaltenango; Mazatenango, Chicacao y Samayac, Suchitepéquez; Usumatlán, Zacapa; y Chinautla, Guatemala.
Incluso, hay católicos y evangélicos que le rinden culto, aunque sea en la clandestinidad.
Los rituales
En la sede de la ASMG, en las cercanías del estadio Cementos Progreso, en la zona 6 capitalina, hay un extenso pasillo en el que, de un lado tiene una serie de altares con imágenes de Maximón, y en el otro extremo, varios locales oscuros y pequeños donde los sacerdotes mayas esperan a los fieles. Al fondo, una sala especial con dos figuras grandes encerradas en un escaparate de vidrio. Adentro hay licor, cigarros, puros, flores y frutas. Más licor y más licor. En el lugar, el aroma es intenso, como a quemado.
Justo frente a esas imágenes hay una mesa donde la gente enciende las veladoras. En cada una se coloca una petición y una ofrenda, que puede consistir en joyas, dinero, relojes, lentes y otros objetos de valor. Eso, sin olvidar los puros, cigarros, aguardiente y cerveza.
Un señor cano y arrugado se encuentra cerca de ahí. De un pequeño morral saca un octavo de aguardiente y le da un trago. A su lado, un ajq’ij recita una oración. Lleva un ramo de hierbas en la mano y le da 13 sacudidas en la frente, pecho, espalda y bajo los brazos. El murmullo de las plegarias se eleva a cada momento, mientras fluye el zigzagueo de las llamas de las candelas. Por algunos momentos se escucha en español un repetitivo “hermano Simón”. Luego, más plegarias en un idioma maya.
Termina el rito cuando el guía espiritual da dos o tres escupitajos de guaro. “Todo este procedimiento sirve para ayudar a solucionar problemas de dinero, trabajo o amor”, afirma Juan, como se identifica el sacerdote maya.
La estampa es similar en otras regiones del país. En San Andrés Itzapa, una mujer sostiene un puro en cada una de sus manos. Fuma del que tiene en la derecha, expele el humo y hace lo mismo con el de la izquierda. Habrá pasado alrededor de una hora. Su cara suda y solo de vez en cuando se limpia con el hombro, y luego escupe en el piso.
“Las peticiones se efectúan al fumar”, explica Ixchop. La cantidad de puros depende del favor solicitado. Algunos indican que, para encontrar la respuesta a un problema, se debe fumar un puro. Lo mismo si se desea conocer lo que otra persona piensa acerca de determinado asunto. En cambio, si se quiere resolver alguna cuestión de trabajo o de negocios, hay que fumar entre siete y nueve. Pero ojo: para quien pretenda recuperar un amor perdido o dominar al que se tiene, la cantidad sube a 21.
En el área tzutujil persistía hasta hace pocos años la creencia de que un muchacho sería correspondido por la mujer que pretendía si colocaba en la cruz de su cantón un objeto que le hubiera podido robar —una prenda, por ejemplo—. El joven, luego, le elevaba plegarias a Maximón.
Hoy es usual que personas acudan a este personaje para hacer “trabajitos”. Son personas malvadas. Y Maximón lo sabe. En Itzapa hay una placa que dice: “Les suplico que no me vengan con el puño de velas a pedir maldad para sus hermanos, porque el daño que pidas para ellos, para ti será dado. No fastidies mi tiempo al venir vestido de oveja si por dentro eres lobo”.
En la ASMG se observan pequeños maximones tirados en los distintos altares. “La gente tiene muchas creencias —cuenta Ixchop—. Algunas de estas figuras han sido abandonadas, pues hay personas que dicen que tal muñeco no les funcionó y luego prueban con otro”.
Advierte, eso sí, sobre los charlatanes que dicen ser espiritistas. “Se dedican a engañar a la gente y a quitarle su dinero”, afirma. De esos hay bastantes. “Esas personas se aprovechan de las necesidades de la gente”.
¿Adiós a Maximón?
En los últimos años, los seguidores de Maximón han disminuido debido a la proliferación de iglesias evangélicas, así como a los cambios que han implementado algunos grupos católicos.
Sin embargo, deshacerse de la enigmática figura no es fácil —se dice que usa serpientes para aniquilar a sus ofensores—. Algunos exdevotos, por temor, han regalado la figura y otros la han quemado.
Marcos López, de Santiago Atitlán, comenta sobre el miedo que tuvo para deshacerse de su maximón: “Cierto o no, aquí se piensa que si uno deja de adorarlo, puede darle desgracias. Otros también creen que no pasará nada. Para asegurarse, mejor dejarlo en paz”.
Aún con el pavor que podría infundir, el número de romeristas en Santiago Atitlán o en Itzapa se mantiene estable durante todo el año. Y acude todo tipo de gente, desde los más sencillos hasta los acaudalados. También resulta curioso que lleguen muchas prostitutas —Mendelson indica que, según una creencia, Maximón estuvo casado con una de ellas, llamada Magdalena—.
Su fiesta, el 28 de octubre, es celebrada en grande: se le queman cohetes y se le llevan grupos de marimba y de mariachis.
“Maximón no es malo pese a lo que digan. Es nuestro abuelo Rilaj Mam; es el gran abuelo”, enfatiza Ixchop.