Revista D

Retratos de una tradición 

Más de un siglo de  fotografiar  a los niños en la celebración de la Virgen de Guadalupe.

El cerro de Guatepeyac, de Alberto Valdeavellano, Guatemala 1910.

El cerro de Guatepeyac, de Alberto Valdeavellano, Guatemala 1910.

Desde 1890, parte del ritual guatemalteco para conmemorar la cuarta aparición de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego en el cerro del Tepeyac, México, en 1531, ha consistido en tomarle un retrato a los niños, que vestidos con indumentaria indígena, son llevados ante la Emperatriz de América para que reciban sus bendiciones.

Los registros más puntuales que se tienen de esta tradición son unas postales de la colección de Arturo Taracena Arriola y que hoy forma parte de la fototeca del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (Cirma). Se trata del retrato del niño de la familia Palomo Castells, vestido de chichicasteco, y otra de Amalia Arzú Herrarte, en 1892, quien luce un huipil y una falda de mengala.

Desde aquellos años, esta costumbre ha tenido cambios, que van desde la calidad y diversidad de la indumentaria hasta la evolución tecnológica de la fotografía. En los primeros años la cámara 135 mm era la más usada, luego se cambió por la Polaroid, pero desde hace varios años los teléfonos inteligentes son la sensación.

Cuestión de tiempo

DSC_2433-2.JPGDesde el descubrimiento de la fotografía en 1826, pasaron 17 años para que esta tecnología llegara a Guatemala. Esto sucedió de la mano del belga León de Pontelle, en 1843, según nota publicada en Prensa Libre con ocasión del Día de la Fotografía, el 19 de agosto del 2015.

“A los seis meses ya anunciaba… retratar con daguerrotipos al mismo precio que se acostumbra en Francia, es decir, por valor de US$4.45”, de acuerdo con el libro Imaginando Guatemala 1850-2006, de Cirma.

A mediados del siglo XIX, se empezó a documentar por medio de la fotografía las actividades religiosas, gracias a Eadweard Muybridge, conforme el historiador Fernando Urquizú. Al británico le siguieron Juan José de Jesús Yas y Alberto Valdeavellano.

Poco a poco se fue instituyendo la costumbre de retratar a los pequeños en su casa o en un estudio siempre con vestimenta indígena. A los niños se les pintaban bigotes con corcho quemado y a las niñas los labios. “No se les viste, se les disfraza de indígenas”, anota Taracena Arriola.

El italiano Tomás Zanotti (1898-1950), que residió en Quetzaltenango, fue uno de los primeros que apostó por las postales con ladinas vestidas como indígenas. “En ese entonces era oneroso, pocos podían pagarlo”, afirma Sergio Cruz, de Foto Rex, ubicada en la zona 1 capitalina.

En los albores del siglo XX, debido a la reverencia hacia las imágenes católicas, los retratos no se captaban junto a la Virgen. Fue hasta la década de 1960 cuando se tomaron las primeras imágenes al lado de la Virgen morena, en forma de cromos o póster enmarcados, cuenta Cruz. Los trabajos se entregaban posteriormente, en el domicilio del cliente.

Los ranchos o chinamas

Fue en la década de 1960 cuando se popularizó la costumbre de montar pequeños estudios fotográficos en los alrededores de la Basílica, durante el 12 de diciembre.

Bartolo Sebastián, de 68 años, oriundo de Huehuetenango, es una institución dentro de esta tradición guadalupana.

En 1969 arribó a la capital en busca de trabajo. Aprendió este oficio siendo sacristán de la iglesia de Candelaria. “El padre Juan Carlos Gálvez me enseñó el proceso de las fotos para imprimirlas en las carteritas de fósforos, como recuerdos de bautizos y bodas”, comenta.

Desde 1974 tiene la autorización de instalar su pequeño estudio en las calles aledañas al Santuario de Guadalupe. Su trabajo es muy reconocido, por eso cada año ofrece una atracción diferente.

Son dos días de ardua labor, comenta Sebastián, en los que el ritmo, quizá, sea de unas 500 fotos diarias. Pero al final, las ganancias siguen siendo buenas. Se cobra Q25 por el juego de tres fotos, las cuales los clientes pagan con gusto.

Para Cruz, en cambio, los tiempos de bonanza de este negocio quedaron atrás.

Cuenta que su padre, José Cruz, continuó con las imágenes de estudio durante la década de 1970, pues siendo vecinos de ese barrio, instalaba un rancho en la casa y los amigos llegaban a retratarse.

Posteriormente, comenzó la competencia entre más de una decena de fotógrafos por el mejor ranchito en los alrededores de la Basílica, algunos llevaban vírgenes en bulto, otros ovejitas y animales vivos.

“Entonces la postal costaba Q1.50. En los años 1980 se hacían paquetes muy populares, al precio de Q15 o Q20 con cámaras de 135 mm”, recuerda Cruz.

Para su padre las ventas eran similar al aguinaldo, quizá hasta 1996. Cada día se empleaban unos 50 rollos de 36 fotos cada uno.

Otro período importante fue en la década de 1980 a 1990, cuando aparecieron las cámaras Polaroid lo cual facilitó que el cliente obtuviera la foto en el momento.

Para Cruz son dos los factores que han mermado el negocio. La tecnología de los teléfonos inteligentes que invadió el mercado y la limitación de espacios para ventas, a cargo de la iglesia.

“Los padres de familia nos pedían prestado el rancho para tomar la foto con el teléfono”, refiere Cruz.

En el 2011, mi hijo Guillermo obtuvo una ganancia de Q800. De esa cuenta, la familia optó por retirarse del negocio, agrega.

Postales

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Para Álvarez estos retratos se han convertido en parte vital de la bitácora personal, junto a las fotos del bautismo y la primera comunión.

Taracena opina que la razón para abordar el estudio del culto mariano de la Virgen de Guadalupe, los Juandiegos y las Marías, se debe a que es un caso paradigmático del papel que ha jugado la Iglesia Católica en la construcción social de lo étnico en la idea de “lo guatemalteco” y las propuestas que desde los movimientos sociales se han venido dando a lo largo del tiempo.

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