La primera señal de estos trabajadores es levantar los dedos índice y medio, para luego casi colgarse de la ventanilla de cada automóvil que pasa por el lugar.
“¿Cuántos quiere, jefe? ¡Véngase conmigo, allá hay parqueo!”, dicen.
Ese sector es bien conocido, en particular por el negocio de el Chino.
¿Quién era este personaje? “Se llamaba Juan Pablo Gómez (1952-2008), oriundo de San Pedro Ayampuc. Vino a la capital muy joven para probar suerte. Empezó con una carretilla, a un costado de la iglesia de Yurrita”, cuenta Judith Domínguez, actual administradora del lugar.
El Chino era un emprendedor, así que luego compró otra carretilla y contrató a alguien más para que atendiera en las cercanías de Boliches Bell —ya desaparecidos—, siempre en la zona 4.
Le fue bien en el negocio y se trasladó a un local justo frente a la entrada del prestigioso Liceo Guatemala.
Marco Estrada, profesor de este centro educativo durante aquellos tiempos, cuenta una anécdota: “Mario Martínez (q. e. p. d.), nuestro director de entonces, nos dijo: ‘He observado a un vendedor de panes que los prepara en una carretilla, y me preocupa que nuestros estudiantes se enfermen, porque no se garantiza la higiene del vendedor, el Chino. Ruego a ustedes, profesores, que recomienden a los jóvenes que no compren ahí'”.
Estrada lo comunicó a los estudiantes a su cargo. “En ese momento uno de ellos se puso de pie y dijo: ‘Sí, no sean shucos, muchá‘. Desde ese momento la gente empezó a decir ‘vamos donde el Chino a comer shucos‘”. Con el boca en boca se propagó la fama de sus panes. Al menos esa es una versión, porque hay muchas.
Domínguez, en efecto, asegura que como shucos los bautizaron “los del Liceo”. Hasta hoy, el negocio se llama Hot Dogs Ejecutivos El Chino. “Por supuesto, aquí preparamos la comida con mucha higiene”, afirma la administradora. “Aquí, así como viene gente humilde, también vienen adinerados”, refiere.
Variedad
¿Con todo, joven?, pregunta un shuquero. “Con todo” significa que el pan lleve un embutido con guacamol, repollo, salsa de tomate, mayonesa y mostaza. El cliente decide si le quita algo o le agrega picante.
Con el tiempo la oferta se ha diversificado. Ahora está el mixto —que lleva varios embutidos— y el súper, un enorme pan que incluye “de todo” —cinco embutidos—.
Por supuesto, no solo el Chino vende por ahí. Desde hace varios años han abierto decenas de negocios, por lo que la labor de los jaladores o piratas —los que se cuelgan de las ventanillas de los carros para ofrecer los panes— se multiplica. “Por cada shuco vendido, el dueño de un negocio da Q1 o Q2. También se trabaja por las propinas de los clientes”, comenta uno de ellos.
Así que, como dice Domínguez, “cuando haya prisa o se tenga el particular antojo por degustar algo popular, los shucos son una opción”.