Revista D

La monja durmiente

La historia de la beata guatemalteca sor Encarnación Rosal.

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La quetzalteca María Vicenta Rosal Vásquez, quien al asumir su vocación  religiosa  en el Beaterio de Belén  se hizo llamar María Encarnación Rosal del Corazón de Jesús, es hoy conocida en el mundo por haber sido beatificada en 1997. En aquella fiesta, los periodistas le dieron el nombre de la Monja durmiente, pues 115 años después de su muerte (4 de agosto de 1886)  exhumaron su tumba y su cuerpo estaba, y sigue estándolo, incorrupto.

Los historiadores, sin embargo, se alejan un poco de la vida religiosa de sor Encarnación y destacan su empuje para cambiar el orden establecido.

En un pequeño pueblo

Vicenta nació  unos meses antes de la Independencia, un día como hoy (26 de octubre), pero de 1820, en el barrio San Nicolás, Quetzaltenango.  Hija  del comerciante Manuel Encarnación Rosal y Gertrudis Leocadia Vásquez.

Contaba María Teresa González, sobrina de Rosal, y una de sus primeras biógrafas, que la hoy beata en su niñez era “más bien alegre de temperamento, pero siempre dedicada a la piedad… Gustaba de pasar largos ratos en el templo, en ese silencio, en ese ambiente de paz que propicia la meditación y la plegaria. Acudía a visitar y se entretenía en conversaciones, pero para agradar a sus padres, pues ella gozaba permanecer sola  y recogida”.

La propia sor Encarnación escribió: “Yo amaba el retiro, pues me gustaban siempre los lugares solos y a ellos me retiraba, cuando podía, por secreto gusto natural”.

“Irradiaba simpatía y era sociable”, resalta González.

Su vocación religiosa fue más intensa después de su Primera Comunión. Cuando cumplió 15 años supo que quería ingresar en un convento. Meses después conoció a quien se le puede llamar su mentora, a Manuela Arbizu, “venía desde la fraterna Honduras y había demorado días en la capital de Guatemala con el designio de hacerse religiosa en aquel antiguo y venerable convento de carmelitas descalzas de Santa Teresa que allí vivían desde el lejano 1677”, relata el investigador Carlos E. Mesa, de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica,  en el libro Encarnación Rosal, una vida, un compromiso.

En aquel año el cólera morbus cundió por todo el país, y Vicenta y su amiga Manuela emprendieron jornadas de rezos. Para decorar la iglesia, usaron flores artificiales que Manuela había adquirido como recuerdo de su paso con las beatas de Belén. Fue así como  Vicenta conoció la obra de esta orden, a la cual  se unió en 1837, cuando tenía 17 años.   Recibió los hábitos en 1840 y fue trasladada al convento de las catalinas, pero poco tiempo después regresó a Belén.

En 1855 asumió como priora y comenzó a reformar la Orden Bethlemita. “Era una mujer que leía mucho, estaba al tanto de las ideas intelectuales de la época”, comenta la historiadora Artemis Torres Valenzuela, quien la describe como “una mujer visionaria, una infatigable peregrina convencida de que las sociedades debían permanecer civilizadas o transitar rápidamente a este estado”.

 Los dolores del corazón

Durante la vigilia del Jueves Santo de 1857, próxima ya la hora del amanecer, fue al coro de la iglesia y comenzó a meditar sobre la traición de Judas y el dolor que Cristo experimentó en la agonía de Getsemaní?.

“Estando en oración —narra sor Encarnación  en su autobiografía—, oí una voz interior que me decía: No celebran los dolores de mi corazón“.?  Le comentó lo sucedido  a monseñor Bernardo Piñol.

 Según el historiador Gabriel Morales Castellanos, días después, al comulgar, escuchó la misma voz. Ella le contestó que si quería que se promovieran los dolores de su corazón, por qué no se valía de otras monjas, pero la voz interior le contestó: “Porque no hay otra más baja que tú”,  en relación con su humildad. (Revista D/Prensa Libre 12/08/2007).

“Yo me estremecí en un dulce llanto, pero sin saber qué hacer. Volví a comunicarlo a mi director y confesor, pero, lo mismo que la primera vez, los dos no me hicieron caso”, cita  en su autobiografía.

En el libro Encarnación Rosal, una vida, un compromiso se relata:  “En julio de ese año se desató una epidemia del cólera. Murieron dos hermanas del Beaterio de Belén y otras estuvieron muy graves. Sor Encarnación  sintió amargura en su corazón, como una agonía de muerte. Pensó en esos momentos en promover la devoción de los dolores del Corazón de Jesús y se lo ofreció. Todo volvió a la calma”.

La amargura y agonía se repitió la noche siguiente. Le prometió a Jesús comunicarlo a su confesor. Nuevamente experimentó paz. Comenzó a sentir los síntomas del cólera y los tomó como un castigo por haber dudado. Pidió perdón al Señor y le prometió cumplir con lo ofrecido. La enfermedad cesó.

Basada en lo que había sucedido,  obtuvo licencia de monseñor Piñol y de los padres Taboada y Miguel Muñoz, y empezó a pedir limosna para organizar las actividades en honor de los dolores del Corazón de Jesús.

El arzobispo le otorgó el permiso el 25 de agosto y lo amplió para los días 25 de cada mes. Fue cuando sor Encarnación dijo que el Señor le había inspirado la imagen de un corazón con 10 dardos, siete alrededor y tres al fondo. Estos significaban los 10 mandamientos quebrantados y 10 particulares dolores que sentía el  Corazón de Jesús.

Esta imagen que  describió  fue pintada al óleo por Juan José Rosales.

Expulsada de Guatemala

Con el triunfo de los liberales, encabezado por los generales Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, fueron expropiados los bienes de la Iglesia y las órdenes religiosas fueron expulsadas del país.

La religiosa emigró a Costa Rica en 1877. Allí fundó el primer colegio para mujeres en Cartago. En 1884  estableció un orfelinato y asilo en San José. Nuevamente la situación política la obligó a abandonar ese  país en 1884.

Llegó a Colombia. En la ciudad de Pasto fundó un hogar para niñas pobres y desamparadas. Después extendió la Orden Bethlemita a Ecuador. Estaba en ese país cuando en 1886 decidió viajar de Tulcán, al Santuario de Las Lajas, en Otavalo. Cayó del caballo que la transportaba la noche del 24 de agosto. Su cuerpo fue trasladado a Pasto y sepultado.

Sus honras fúnebres, cita el historiador Carlos E. Mesa, duraron tres días. En la década de 1970, la situación política de Ecuador hizo que las hermanas bethlemitas temieran que el cuerpo de su reformadora fuera profanado e hicieron los trámites para enviarlo a Colombia. Al exhumar el cadáver descubrieron que estaba incorrupto.

El 23 de abril de 1976  fue introducida en Roma la causa de su beatificación, la cual se concretó el 4 de mayo de 1997.

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