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El lado oscuro del brasileño Garrincha Mané

Lo aprendió de su  padre, Amaro, y  quiso imitarlo.  "A chupar". Esta  es una frase que  cuando se es pequeño  se utiliza para explicar los intentos de ir regateando uno a  uno a sus rivales en las chamuscas con los amigos.

Mané Garrincha, en Brasil nada fue  igual  cuando  la  alegría  del pueblo  murió  a causa de su  adicción al alcohol. (Foto Prensa Libre: AS Color)

Mané Garrincha, en Brasil nada fue  igual  cuando  la  alegría  del pueblo  murió  a causa de su  adicción al alcohol. (Foto Prensa Libre: AS Color)

Lo aprendió de su  padre, Amaro, y  quiso imitarlo.  “A chupar”. Esta  es una frase que  cuando se es pequeño  se utiliza para explicar los intentos de ir regateando uno a  uno a sus rivales en las chamuscas con los amigos.

Para él, Mané Garrincha,  “chupar” era otra cosa. Era  acabar con las botellas, una  tras otra —tal vez cientos,  tal vez miles—, de alcohol,  para olvidarse de su horro rosa suerte en la vida, de su  mala toma de decisiones en  muchas ocasiones. Hasta  que no pudo regatear a una  última botella, la que lo llevó  a derrumbarse sobre el suelo  de su casa, el 19 de enero de  1983, y tras haber pasado una  noche —otra más en su extenso currículo— en una clínica hospitalaria, amaneció  sin vida el 20 de enero, en  Botafogo.

El día anterior había sido  trasladado en   deplorable estado. Su cuerpo había dado  tantas vueltas como regates  había repartido por miles de  estadios. Una enfermera,  luego de haber escuchado  varios improperios, le colocó una tirita en la frente  para tapar una herida. Iban a  ser casi las 8 de la noche. Lo  dejó en una habitación y se  marchó.

La siguiente enfermera   fue a verlo  a las 7 de la  mañana de ese 20 de enero.  Al verlo quieto pensó que  estaba dormido. Fue a tomarle el pulso, pero Garrincha, el nombre de un pequeño pájaro que tiene una  velocidad endiablada, se ha bía marchado. Solo. Triste mente solo.

EL PAJARITO TROPICAL

Manoel dos Santos fue el  séptimo hijo de un vigilante  nocturno, Amaro, quien residía en Pau Grande. Cuando  era niño contrajo poliomielitis, la cual le dejaría unas  huellas imborrables en las  piernas: la izquierda estaba  curvada hacia dentro, y la  derecha era seis centímetros  más larga. Por ser delgadito  y por su problema en las  extremidades inferiores, su  hermana Rose lo bautizó con  el apodo de Garrincha, ese  pajarillo tropical y veloz.

Empezó a jugar en el equi po de su ciudad natal, el Pau  Grande, en 1948. Tal era su  aspecto, débil y desgarbado,  que equipos como Fluminense, América y Vasco de  Gama lo rechazaron, hasta  que un amigo lo convenció:  “Ve y prueba en el Botafogo.  Tendrás suerte”.

Y allí se presentó. Jugaría  un partidillo para que vieran  sus evoluciones. Él, como un  funambulista cualquiera, se  pegó a la raya de la banda  derecha. Y ahí desplegó todo  un catálogo de regates, re cortes, dribblings con el cuerpo, amagos con los pies… que  desarbolaron a sus rivales y  hacían reír a los escasos espectadores.