Quizá la explicación sea todavía más retorcida. Además de un artillero incomparable y de un futbolista único, Puskas era, según cuentan, una persona excepcional. Tal vez eso, que le hizo inolvidable para quienes lo frecuentaron, arruinó su recuerdo para los demás. Se construyen mejores leyendas alrededor de tipos excesivos, caprichosos o egocéntricos. La bondad se en tiende, demasiadas veces, como la virtud de quien no tiene otras.
Sí, Puskas compartía el moderado perfil de los bondadosos. Durante un tiempo, también compartía con tan tos hombres eso que llama mos benévolamente curva de la felicidad, pero que en rea lidad es barriga rebosante. Asociar a Puskas con su tripa antes que con su zurda es otra equivocación histórica, expansiva y juvenil. Puskas no se abandonó: se retiró. Para ser más precisos, lo re tiraron. La expedición del Honved estaba camino de Bilbao para jugar contra el Athletic en la Copa de Eu ropa, cuando los tanques so viéticos entraron en Buda pest. La revolución húngara no había llegado a las tres semanas. Los sueños de li bertad fueron fulminados con la invasión de 31 mil sol dados más mil tanques del Ejército Rojo. El mejor fut bolista de Hungría corrió la misma suerte que otros 200 mil compatriotas: se exilió. Otros tuvieron peor suerte: las revueltas se zanjaron con dos mil 500 muertos. En su país lo declararon traidor y la Fifa, atenta a los deseos de libertad de los pueblos, lo sancionó con dos tempora das, por desertor.
todo un goleador
Tenía 29 años y una ca rrera cumplida: además de campeón olímpico y subcam peón mundial con Hungría —84 goles en 85 partidos—, había ganado cinco ligas con el Honved y cuatro trofeos al máximo goleador —349 par tidos y 358 goles—. Eso, sin considerar otros méritos sin medalla, como su absoluto liderazgo en la Selección que cambió el orden mundial del futbol después de dos vic torias fabulosas sobre Ingla terra. La primera, en Wembley (3-6), significó la primera derrota de los pross en su santuario. Puskas, cómo no, consiguió el gol más bello del partido y patentó un regate. Perseguido por el mítico Billy Wright, se frenó y pisó la pelota para burlar el tackling del inglés. Ya saben, esa caricia con la suela que hace rodar la pelota hacia atrás para luego sacarla controlada con el interior de la bota.