La gran historia de los Spurs, sin embargo, se inició un año antes, y no en el Estado de Texas, sino a mil 500 kilómetros, en Arizona, más concretamente en Phoenix. Corría el año 1996 y el equipo no carburaba. Con un balance de solo tres victorias y 15 derrotas, Pops, en esos momentos mánager general, tomó la decisión de tomar las riendas del equipo antes de enfrentarse a los Suns sustituyendo a Bob Hill. La temporada acabó mal, sin remedio. El balance de 20 victorias y 62 derrotas fue escalofriante, pero trajo algo bueno: la lotería del draft les concedió el bendito número del draft de esa temporada y Tim Duncan, el jugador que se ha convertido en el mejor ala-pívot de todos los tiempos, fue el elegido por el tres veces mejor entrenador del año —2003, 2012 y 2014—.
De la mano de Duncan
La situación del equipo de la camiseta negra y plateada cambió de inmediato con Duncan. Luciendo rookie allí donde iban —21.1 puntos y 11.9 rebotes— ganaron 56 partidos, una seña de identidad, la de superar la barrera de los 50 triunfos que no han abandonado en las últimas 17 temporadas —26 equipos de los 30 de la NBA no han alcanzado 15 temporadas con más de 50 victorias—, a excepción de la de 1998-1999. El lockout (cierre patronal) de esa campaña fue el más largo de los cuatro que se han declarado en la historia del baloncesto americano. La Liga comenzó con retraso, en enero, lo que impidió que se celebrara el All Star por primera vez desde que se implantó. Solo se jugaron 50 partidos y 37 de ellos se inclinaron ante el quinteto formado por Avery Johnson, Sean Ellion, Mario Ellie, Tim Duncan y David Robinson —significó el 70 por ciento de victorias y una proyección de 61 triunfos en 82 encuentros—. La pareja interior formada por el ala-pívot y Robinson el Almirante, era brutal, imparable. Las Torres Gemelas de San Antonio se colaron por primera vez en unas finales de la NBA y no dieron posibilidades a los Nueva York Knicks: 4-1 y primer campeonato para los texanos.
Esto solo fue el comienzo de la meteórica carrera de Duncan, un jugador al que le tocó surgir cuando la NBA lloraba por las ausencias de Bird, Magic y Jordan —este último volvería en el 2001 a los Washington Wizards, del que se retiraría definitivamente en el 2003—. “Lo que pocos saben es que no toqué un balón de baloncesto hasta los 14 años”, declaró hace unos años el jugador nacido hace 38 —25 de abril de 1976— en Christiansted, las Islas Vírgenes, un territorio dependiente, asociado a Estados Unidos. Su sueño nunca fue el baloncesto, él deseaba ser olímpico como lo fue su hermana Tricia en los Juegos de Seúl 1988, en natación.
Pero el destino es caprichoso y la llegada del huracán Hugo, un año después de los Olímpicos en el país asiático, deshicieron su sueño de representar a su país en los 400 metros libres en Barcelona 1992, al quedar inutilizada la piscina en la que se entrenaba. La única solución era salir al mar, con un inconveniente: los tiburones. Las cosas se complicaban para el chico de 14 años que prometió a su madre antes de que muriera de un cáncer de mama que sería un licenciado universitario.
Más que números
Esta promesa lo llevó a retrasar su salto a la NBA. Tim se graduaría en Psicología —también asistió a clases de antropología y literatura china— y sin ganas ya de nadar, enfocó toda su frustración en el baloncesto, un deporte que le descubrió su cuñado, Ricky Lowery. “¿A cuántos nadadores has visto conduciendo un porsche? Tiremos un poco”, cuenta que le dijo. En su segundo año de universidad, muchas voces clamaban por su salto a la Liga, incluso el mánager general de los Lakers de Los Ángeles, el todopoderoso Jerry West, lo tentó para ello. Pero su palabra era lo primero. Logró licenciarse dos años después y desde que saltó a la NBA no ha parado de superar metas y romper récords: es el jugador en activo con más minutos disputados en unos play-offs —ocho mil 902—, que más partidos ha jugado en esta fase de la temporada —234—, gracias al adiós de Derek Fisher al finalizar esta campaña, superando a más de 17 equipos de la NBA que no han jugado en toda su historia tantos encuentros y a más de 20 en cuanto a finales de Conferencia —ha luchado en ocho—. A todo ello, hay que añadir que es el jugador con más dobles-dobles en la postemporada: 158, uno más que Magic.
Este chico tímido cuadraba a la perfección con Popovich, el hombre que creó un microclima perfecto que nunca se desestabiliza: ni lesiones ni derrotas dolorosas, de las que ha habido en un periplo tan largo como las finales que perdieron el curso pasado contra los Heat cuando ya palpaban el trofeo. El hombre de 65 años, hijo de un padre serbio y una madre croata, creó un equipo para la historia.
Su filosofía de vida y su profesionalidad vienen de su pasado militar en la Air Force, de sus coqueteos con la CIA después de doctorarse en Estudios Soviéticos —la Guerra Fría y el conocimiento de la URSS era la moda— en la Academia de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. Es frío y sarcástico, pero sabe de la importancia de la unidad, de la colectividad antes del individualismo desenfrenado.
“A veces en los tiempos muertos les digo a mis jugadores que no tengo nada que decirles. Me levanto y me marcho. El baloncesto es de ellos, de los jugadores. Tú puedes interferir aquí o allá, hacer algún cambio, pero lo único que puedes hacer es intentar que aprendan a ponerse al servicio del equipo. Si tienes un buen tiro, renuncia a él para que un compañero tenga un tiro excelente”. Estas son sus palabras. Las de un hombre que ve en la lucha del conjunto el triunfo final. Un santo y seña al que nunca ha renunciado, aunque no tuviera el mejor equipo, aunque se enfrentara a los mejores de cada una de las épocas en las que ha vivido el baloncesto: “Cuando juegas contra estrellas como LeBron o Durant lo único que puedes hacer es quitarles una cosa. Tienes que elegir una y matarte para robársela: el tiro de tres, las penetraciones, minimiza una sola cosa y asume que de una forma u otra van a producir y a hacerte daño. Y, a partir de ahí, oblígalos a que suden la gota gorda para hacértelo y a que tengan que defenderte muy fuerte ellos también”.
Su admiración por la armonía perfecta del equipo, su gusto exquisito por el pase, pase y pase han creado el conjunto mágico. Un conjunto que golpea con saña en ataque, con una rapidez en el movimiento del balón endiablada, como en las finales de este año. Una maravilla ver descolocarse a una defensa tan férrea como la de Miami, que observaba sumiso cómo el balón iba donde tenía que ir, sin necesidad de que el reloj marcara un segundo menos: la pelota siempre encontraba a un jugador. El automatismo convertido en poesía, en uno de los sonetos más bellos jamás escritos sobre una cancha de baloncesto. Hasta el mejor jugador de estos tiempos, el hombre sentado a la derecha de Jordan, LeBron, rendía pleitesía al juego de los de Popovich: “Nos machacaron”.
Esta conjunción perfecta entre maestro y alumno se vio agrandada con la llegada del argentino Manu Ginóbili y del francés Toni Parker, dos auténticos robos en los drafts de 1999 y 2001, respectivamente. El escolta fue elegido en segunda ronda en el puesto 57 global; el base, en el 28 de la primera. Ellos dos y Duncan han formado, desde que se juntaron, el que posiblemente sea el mejor trío de los últimos 20 años. Son el trío que más partidos ha ganado en playoffs —117—, superando al que formaban Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar y Michael Cooper en los Lakers, y el segundo en Liga Regular, solo superado por el mítico de los Celtics formado por Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. Desde que llegó Parker, los tres han anotado casi el 50 por ciento de los puntos logrados por los Spurs en los últimos 13 años: 53 mil 400 —20 mil 229, Duncan; 18 mil 806, Parker; y 14 mil 365, Ginóbili— de los 113 mil 362 antes de este último play-off por el título.
Esta unión que suma 105 años estará una temporada más junta y el asalto de nuevo al campeonato es su único objetivo. No hay que ponerlo en duda. Campaña tras campaña, el conjunto que representa al estado de la estrella solitaria está presente, no se toman años sabáticos, solo entienden de ganar, de romper marcas, de emocionar con su juego.
Cuando se ausenten, cuando sus piernas no les lleven donde su mente marca, añoraremos sus hazañas y buscaremos su rostro en cada uno de los partidos que juegue un equipo que ya es una dinastía y que ha encontrado el heredero que mantendrá el castillo al resguardo de filosofías inimaginables en San Antonio: Kawhi Leonard, el último MVP de las finales de la NBA. Otro chico tímido como Duncan. ¿Casualidad? Seguramente no.
Los San Antonio Spurs han logrado alzarse con cinco campeonatos de la NBA en los últimos 15 años.Duncan, un chico tímido, cuadraba a la perfección con la filosofía y el estilo del entrenador Gregg Popovich.La admiración de Popovich por la armonía perfecta y su gusto por el pase han creado un conjunto mágico.Perker-Ginóbili-Duncan son el trío con más partidos ganados en la historia de los playoffs por el título con 117.