Vida

Las cucarachas no son mariposas

El Tiempo se hizo muro y no pude volver al pasado a no ser con la pluma.

Los años se tiñen con el color de lo que ya no es, y de lo que no será. Hace mucho, hace nada, hemos llegado a Centroamérica tras un largo viaje desde España, primero en barco, luego en avión. Yo acompañaba a mis padres para sólo ?tres meses?, para verlos instalados con una fábrica en El Salvador y después regresar a Madrid. Sobre estos ?tres meses? vuelca el viento veinte años de historia en San Salvador y otros veinte años o más en Guatemala.

¿Cuál es el revés y el derecho del destino? ¿Qué hubiera sido mejor o peor en mi desmantelado pasado? En el nuevo continente el tiempo nuevo se hizo viejo, y también en mi memoria titubeante entre tantísimas tinieblas del olvido.

Cuando nuestro avión aterrizó en el aeropuerto de Ilopango este no tenía un edificio. Tres tristemente desafinados guitarristas tocaban bajo una sombra enana de un árbol ?dulces melodías?.

Un gordo asiático nos condujo a la barraca de la Migración, que aún estaba cerrada -abrían cuando les parecía- pero ahí nos esperaba un amigo de otros amigos nuestros en España, Raúl Contreras, diplomático y poeta, quien en aquella época era el Director General de Turismo de El Salvador. Este caballero chispudo y talentoso, logró a lo largo de su carrera hermosear ?el terruño? con las cascadas de Las Charcas, el Bosque de Bálsamo y otros balnearios.

Raúl Contreras nos llevó en su auto a la ciudad, que entonces sólo tenía ciento cincuenta mil habitantes, y un tráfico denso de yuntas de bueyes. La mayoría de los hombres caminaba sin camisa bajo un calor sofocante y vivía en mesones multifamiliares con sus familias y sus gallinas.

Raúl Contreras nos pidió cerrar los ojos y abrirlos sólo cuando nos lo dijera. Cuando dijo que podíamos abrir los ojos, mamá preguntó si ya estábamos en el suburbio de la capital. No, dijo nuestro amigo, ?estamos en pleno centro ante las estatuas de don Cristobalito y la Reina Católica frente al Palacio Nacional y su hotel ?Astoria?. Frente al hotel estaba una anciana con una pierna muy hinchada y llena de heridas con sangre.

Cuando alguien quería entrar al hotel, ella levantaba su pata, impidiendo la entrada y pedía ?una limosnita por amor de Dios?. Raúl Contreras le dio algún dinero y pudimos penetrar con nuestras maletas al hotel. Su gerente, un austríaco, nos explicó que la mujer tenía ?lepra?, lo que no tranquilizó a mi madre, aunque sólo era una elefantitis.

Nos dieron un cuarto grande, porque yo no quería quedarme durmiendo sola. La habitación era muy alta con ventanas y una puerta a la calle. De noche unas damas nocturnas la tocaban queriendo entrar (y cobrar).

Pero esto no era lo peor. Alguien en Europa nos dijo que en Centroamérica volaban mariposas de todos los colores, pero las que volaban en nuestra habitación eran una cucarachas enormes y en medio de la noche mamá me dijo horrorizada: ?Si quieres podemos mañana regresar a Madrid, aunque sea a pie…? Decidimos quedarnos y después de los primeros sustos tuvimos momentos más agradables.

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