La joven pensó en no volver, pero, en cierta ocasión, una compañera le dio dos opciones: irse del centro asistencial sin pena ni gloria, o ayudar. Reflexionó y eligió lo último.
Con el tiempo, como parte de su Ejercicio Profesional Supervisado, pasó a la clínica de adolescentes, donde ayudó a chicas a seguir adelante ante embarazos que, a veces, no eran planificados. De hecho, consiguió que muchas estudiaran una carrera universitaria.
En el 2003 empezó a atender a mujeres con cáncer de seno. Un año después logró graduarse.
Aún con el título que la acreditaba como psicóloga, decidió seguir trabajando en el San Juan de Dios, pero lo hizo ad honorem porque no había presupuesto para pagarle. “Me quedé para contribuir con la sociedad”, dice.
Su perseverancia y compromiso fue tal que, sin paga alguna, se quedó por ocho años para ayudar a pacientes con carcinoma mamario. “La situación es muy difícil. Primero, porque ese tipo de cáncer es agresivo; luego, porque ataca una de las zonas más sensibles de la mujer y que nos caracterizan como tales. Cuando hay una amputación debido a la enfermedad, les es sumamente difícil afrontarlo”, explica. “Hay hombres que las abandonan porque ya no tienen uno o los dos pechos, así que no solo deben afrontar el cáncer en sí, sino también el trauma familiar y económico”, refiere.
Hoy, Echeverría es una de las coordinadoras de esa unidad del San Juan de Dios. Empodera a las mujeres para que exijan sus derechos, para que salgan adelante. “Pasé ocho años con mucha presión; con el equipo confrontamos a los Gobiernos para pedir tratamientos médicos para las pacientes. Lloré y trabajé duro pero, ¿sabe qué?, cuando se ve sonreír a las mujeres y saber que sus hijos no se quedarán huérfanos, sé que todo ha valido la pena”, comenta. “No hay que ser egoístas; cada quien debe dar algo de sí por los demás. Solo así se puede cambiar a Guatemala”.