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Keisuke Honda es talentoso con el balón y de alma guerrera

Siendo todavía un niño, a los 12 años, la profesora mandó hacer una redacción a la clase a la que pertenecía Keisuke Honda. El tema era claro: "¿Qué quiero ser cuando sea grande?" El pequeño Honda se esmeró en tratar de recrear su sueño lo más fielmente posible: "Seré el mejor futbolista del mundo, jugaré en la Serie A, llegaré a disputar Mundiales y vestiré el número 10".

Keisuke Honda es la principal figura de Japón para el Mundial de Brasil 2014. (Foto Prensa Libre: AS Color)

Keisuke Honda es la principal figura de Japón para el Mundial de Brasil 2014. (Foto Prensa Libre: AS Color)

Décadas después, Honda acertó, pero parcialmente. El japonés es mediocentro del AC Milán y viste la número 10 del equipo rossonero. Aquel niño vestido con el uniforme de su colegio, algo innegociable en Japón, se lo propuso y lo logró.

En un país donde la uniformidad y los márgenes son muy estrictos, Honda comenzó a demostrar su inconformismo cuando de adolescente se tiñó el pelo. Una forma de rebeldía muy común entre los jóvenes nipones que, prestos a disponer de sus únicos años de entera libertad, se entregan a extravagantes looks.

A Honda, la rebeldía le salió por el pelo. Despuntaba en su equipo, el Settsu FC, y desafiaba las normas de su casa por su pasión. Algunos domingos se acostaba más tarde para seguir el calcio.

Para él fue determinante que el mejor jugador japonés del momento, Nakata, fichase por el Perugia en 1998. Soñaba convertirse en él o en cualquiera de los ídolos italianos de la década de los años de 1990.

Su meta era recorrer el camino seguido por Nakata y las risas de sus compañeros de clase cuando formuló su deseo le dieron más impulso para conseguirlo. En esos momentos comenzó a fraguar un arrojo que le hizo decir en su presentación con el Milán: “Si no tuviera confianza, no pediría la camiseta con el 10”.

El VVV-Venlo le daría su gran oportunidad. Allí despuntó en la Japan League y se ganó el pasaporte para el CSKA de Moscú, donde se convertiría en un líder. Sus actuaciones fueron irregulares. Nunca se llegó a adaptar al extremo frío moscovita y su fichaje por el Milán llevaba meses apalabrado.

Llegó el día. Ese en el que el pequeño Honda, ahora con 27 años, cumplía su sueño. Llegaba a San Siro con un traje negro impecable, con el escudo de su nuevo equipo bordado en el pecho, camisa blanca, chaleco, corbata negra y gafas último modelo. El mediocentro japonés llegó a su presentación en medio de una expectación brutal: 160 periodistas —50 japoneses—, con la número 10 rossonera presente y Galliani a su lado para darle la bienvenida.

En Italia ya le llaman el Beckham japonés, pues para él la apariencia es importante: “Antes no tenía conciencia de vestirme de forma elegante o moderna. Pero tengo que ser un ejemplo para los niños que quieren ser jugadores. Es un aspecto que hay que cuidar”. Quizá muchos piensen que por eso lleva dos relojes, por moda. Sin embargo, no es así. Le gusta tener claro en cada instante la hora de casa. Así tiene un reloj marcando el tiempo de Italia y otro el de Japón.

Para Honda la familia es muy importante. Huye de la prensa del corazón y trata de preservar lo más posible su vida íntima y familiar. Se casó en el 2008 con una profesora de niños y en otoño del 2012 nació su primer hijo. Nadie lo supo hasta meses después.

Para la Selección de Japón, Honda es un líder. El centrocampista debutó el 22 de junio del 2008 contra Bahréin. Pero no sería hasta el 2010 cuando se cumpliría otro de los presagios escritos en aquella hoja con sueños de un colegial. Ese año disputaría el Mundial de Sudáfrica.
Japón se destapó como una de las revelaciones y Honda como su líder. Sin embargo, su sueño se rompió en octavos contra Paraguay. El partido acabó en tablas y el equipo sudamericano ganó por penaltis. Honda falló el suyo. El sueño se rompió en mil pedazos. Sin embargo, Honda comandará a Japón de nuevo en Brasil y tratará de elevar a su país lo más alto posible.