Uncategorized

Luis Suárez es el máximo exponente de la garra charrúa

Más allá de emular el mítico Maracanazo de 1950, lo que Luis Suárez buscará este verano en Brasil podría considerarse la guinda a un guión, el de su vida, que en caso de conquistar el Mundial acogerían gustosos los productores de Hollywood.

Luis Suárez es una de las figuras de Uruguay para el Mundial de Brasil 2014. (Foto Prensa Libre: Archivo)

Luis Suárez es una de las figuras de Uruguay para el Mundial de Brasil 2014. (Foto Prensa Libre: Archivo)

Es ya el máximo goleador en la historia de la selección charrúa —89 tantos—, y eso que a menudo despunta desde la derecha —como lo hace con el Liverpool, desde que la dupla SAS (Suárez and Sturridge) se ha convertido en un tridente con Sterling—, y no por dentro.

Solo el Mundial coronaría una carrera aún ascendente del jugador, supondría un happy end de película, tras numerosos problemas disciplinarios y, sobre todo, una infancia y juventud traumáticas y plenas de dramas familiares y personales.

Cuando tenía solo 9 años, su padre los abandonó a él, sus seis hermanos y a su madre. Y se trasladaron de Salto a la capital, Montevideo, donde pese a tratarse de un niño tuvo que trabajar, por ejemplo, de barrendero, para ayudar a subsistir a los suyos. Pronto lo fichó el Nacional.

Pero el futbol aún no sería la solución a sus problemas: quedaba mucho por recorrer. Suárez empezó a beber, a presentarse tarde o en malas condiciones a los entrenamientos, dejó de anotar goles en categoría de cadete… Hasta que uno de sus entrenadores le dio un toque de atención. Aunque lo que más le ayudó a abrir los ojos fue el amor. De bien joven, el atacante había empezado a salir en Montevideo con Sofía, quien en el 2003 tuvo que emigrar a Barcelona por asuntos familiares: entonces, ella lo obligó a prometerle que se esforzaría para triunfar en el balompié y así reunirse en Europa. Al fin, Suárez convirtió el futbol en su modus vivendi y le acabaría devolviendo el favor con una vida de estrella, tal como es.

Después de recomponerse en edad juvenil, debutó en el primer equipo de Nacional, en el 2005, y pese a que tardó un año en consolidarse como titular, el Groningen se apresuró en ir a buscarlo ya en el 2006; pagó 700 mil euros, inmejorable inversión. Tan rápido como su salto a Europa, con el que había cumplido la promesa que le hizo a Sofía, fue su cambio de club: después de una temporada y 15 goles con los boeren, el Ajax no dudó en presentarse con ¤7.5 millones para llevárselo a Ámsterdam. Otra jugada maestra, puesto que Suárez rendiría de inmediato y, como siempre en su carrera, de menos a más: 111 goles oficiales en sus tres cursos y medio como franjirrojo, en que alternó la punta —con permiso de Huntelaar— y el extremo, y en que acabó siendo capitán.

En el verano del 2010 se produciría otro detalle de película, pues fruto de su relación con Sofía —se casaron en el 2009— nacía en Barcelona su primogénita, Delfina, cuyo anagrama coincide con Anfield. Solo seis meses después, en enero del 2011, Suárez ficharía por el Liverpool, que pagó 26 millones de euros. Su costo se había multiplicado, pero también su valía. Tardó 17 minutos en estrenar su casillero en el día del debut.

Si bien en sus primeros meses estableció solo cuatro dianas, la campaña siguiente haría ya 17 y 30 el curso pasado. Muchas de ellas dedicadas precisamente a Delfina, pues justo después de marcar se besa la muñeca donde lleva tatuado su nombre; eso, cuando no emplea la mano a modo de pistola, una celebración que creó tras horas probando gestos ante el espejo para tener un sello característico en sus goles. Pronto deberá de elucubrar otra dedicatoria, pues el año pasado nació su segundo hijo, Benjamín.

Afortunadamente, su trayectoria con Uruguay ha resultado mucho menos problemática e igual o más productiva aún que a nivel de clubes. La clave será saber si aguanta tantos meses seguidos al máximo nivel, sin dosificarse, a diferencia de muchos otros mundialistas.