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¿Realmente se puede excusar a un criminal debido a sus genes?

Después de once horas de deliberación, el jurado llegó a una decisión: homicidio voluntario, no asesinato.

Los genes pueden definir mucho de lo que somos, pero no son el único factor. GETTY IMAGES

Los genes pueden definir mucho de lo que somos, pero no son el único factor. GETTY IMAGES

En la sala del juzgado muchos quedaron estupefactos. “Yo estaba anonadado. No supe cómo reaccionar”, dijo posteriormente el fiscal Drew Robinson en una entrevista con la cadena NPR.

Parecía un caso sencillo. Después de una disputa, Bradley Waldroup le disparó ocho veces a la amiga de su esposa. Después atacó a su esposa con un machete. Su esposa sobrevivió. La amiga no.

Waldroup admitió su responsabilidad en los crímenes. Los fiscales en Tennessee lo acusaron de asesinato e intento de asesinato en primer grado. Si se le declaraba culpable, parecía probable una sentencia de muerte.

Pero entonces el equipo de su defensa decidió pedir un análisis científico. Resultó que Waldroup tenía una variante inusual del gen MAO-A (monoamino oxidasa A), que algunos medios han llamado el “gen guerrero” debido a su asociación con la conducta antisocial, incluida la agresión impulsiva.

Un científico forense testificó que la conformación genética de Waldroup, combinada con el abuso que había experimentado siendo niño, le había provocado un mayor riesgo de conducta violenta.

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Mentes criminales

Para muchos observadores pareció que esta evidencia jugó un papel importante en el caso de Waldroup. El jurado posteriormente indicó que la genética había influido en su decisión de declarar a Waldroup culpable de homicidio voluntario en lugar de asesinato.

Nicholas Scurich de la Universidad de California, Irvine, y Paul Appelbaum de la Universidad de Columbia, le pidieron a 640 voluntarios que representaban la población estadounidense que actuaran como jurados virtuales.

Cada jurado tenía que decidir qué sentencia recomendar para el delito de asalto con arma mortal.

Scurich y Appelbaum modificaron varias variables presentadas a los jurados virtuales: si el acusado era joven o adulto, la severidad del asalto, la explicación del abogado defensor para el asalto, y si, por ejemplo, el acusado tenía una conformación genética que se pensaba podría predisponerlo a una conducta impulsiva.

Los “jurados” sugirieron sentencias significativamente más cortas si el acusado era un joven, o si el asalto era menos severo.

Pero las explicaciones genéticas para la conducta del acusado no hicieron ninguna diferencia en la duración de la sentencia.

Los tribunales reales quizás tampoco se ven típicamente influidos por la evidencia neurocientífica.

Paul Catley y Lisa Claydon de la Universidad Abierta de Reino Unido analizaron 84 apelaciones contra condenas presentadas en cortes de Inglaterra y Gales.

Concluyeron que solo 22 de estas apelaciones fueron exitosas aparentemente debido a evidencia neurocientífica. Más del doble de las apelaciones, 59, no fueron exitosas incluso con evidencia neurocientífica.

“Un mal gen es un mal gen”, le dijo un miembro del jurado a NPR. Pero el panorama completo quizás es más complicado.

El de Waldroup es uno de varios casos de alto perfil en el que la genética o la evidencia neurocientífica (un escáner cerebral por ejemplo) parecen, en la superficie, haber influido en las decisiones tomadas en la corte.

Los investigadores han expresado preocupaciones por esta tendencia, en particular porque la ciencia todavía es relativamente nueva y no ha sido probada, argumentan que es potencialmente vulnerable a ser mal utilizada por el sistema de justicia criminal.

Varios estudios, sin embargo, sugieren que la realidad tiene más matices.

¿Qué sabemos sobre los jueces y los jurados que analizan evidencia científica como genética en la corte? Y, ¿realmente es tan influyente como algunos creen?

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La evidencia científica por lo general se introduce en las cortes junto con otros factores, como el abuso que sufrió el acusado siendo niño. GETTY IMAGES

Sin duda es difícil conocer qué influye en cierta sentencia criminal. Lo que ocurre en un tribunal se queda en un tribunal.

Los registros de los procedimientos legales a menudo están incompletos e incluso los casos que se registran en detalle pueden revelar poco sobre el efecto que una pieza de evidencia, incluido un diagnóstico genético o neurocientífico, tiene en un juez o jurado.

“Estos casos son extremadamente complicados. Muchos factores están involucrados”, dice Deborah Denno, profesora de leyes de la Universidad Fordham en la ciudad de Nueva York.

“La neurociencia es una de quizás 50 variables introducidas a un jurado por parte del acusado”.

La evidencia genética y neurocientífica a menudo se introduce en conjunto con otros factores: el abuso que el acusado sufrió siendo niño, por ejemplo, o la historia familiar de problemas sociales.

Así que es esencialmente imposible saber si es el único factor decisivo durante las deliberaciones.

“Realmente no sabemos cómo la gente toma sus decisiones”, dice Denno. Es probable que ni siquiera los jurados lo sepan, agrega.

Jurados virtuales

Ya que los tribunales en sí mismos son un ambiente difícil para estudiar los efectos específicos de la evidencia genética o neurocientífica, algunos investigadores están tomando un enfoque distinto.

Han comenzado a llevar los casos criminales a los laboratorios.

Los abogados pueden argumentar que sus clientes acusados tienen una formación genética que los predispone a una conducta impulsiva, pero no está claro si esto funciona como defensa. GETTY IMAGES

Nicholas Scurich de la Universidad de California, Irvine, y Paul Appelbaum de la Universidad de Columbia, le pidieron a 640 voluntarios que representaban la población estadounidense que actuaran como jurados virtuales.

Cada jurado tenía que decidir qué sentencia recomendar para el delito de asalto con arma mortal.

Scurich y Appelbaum modificaron varias variables presentadas a los jurados virtuales: si el acusado era joven o adulto, la severidad del asalto, la explicación del abogado defensor para el asalto, y si, por ejemplo, el acusado tenía una conformación genética que se pensaba podría predisponerlo a una conducta impulsiva.

Los “jurados” sugirieron sentencias significativamente más cortas si el acusado era un joven, o si el asalto era menos severo.

Pero las explicaciones genéticas para la conducta del acusado no hicieron ninguna diferencia en la duración de la sentencia.

Los tribunales reales quizás tampoco se ven típicamente influidos por la evidencia neurocientífica.

Paul Catley y Lisa Claydon de la Universidad Abierta de Reino Unido analizaron 84 apelaciones contra condenas presentadas en cortes de Inglaterra y Gales.

Concluyeron que solo 22 de estas apelaciones fueron exitosas aparentemente debido a evidencia neurocientífica. Más del doble de las apelaciones, 59, no fueron exitosas incluso con evidencia neurocientífica.Denno no está sorprendida con estos hallazgos. Ha estudiado cientos de casos de las cortes de Estados Unidos en los que se presentó evidencia neurocientífica.

El público puede mostrarse más resistente al atractivo de la ciencia en la corte que lo que muchos piensan. GETTY IMAGES

“Nunca he podido concluir, incluso después de 800 casos, que la neurociencia haga una diferencia”, dice.

Solo podemos especular cuál es la razón. El año pasado, Scurich y Appelbaum sugirieron que las complejidades de la evidencia científica podrían ser incomprensibles para la persona común y corriente y que ésta simplemente ignora ese tipo de evidencia cuando se sienta en un jurado.

James Tabery, profesor de filosofía de la Universidad de Utah en Salt Lake City, tiene una explicación distinta.

Piensa que la mayoría de la gente tiene dificultades para creer en la evidencia científica.

Por ejemplo, simplemente puede parecer demasiado inverosímil que algo tan tangible como nuestra conducta pueda explicarse con algo tan intangible como nuestros genes.

“Efecto neutralizante”

Hay una alternativa. Es posible que la evidencia genética realmente afecte las sentencias, pero simultáneamente empuja la decisión hacia la dirección opuesta, cancelándose a sí misma.

La razón es la siguiente. Si se le dice a un juez o a un jurado que una explicación genética o neurológica subyacente explica parcialmente la conducta de un acusado, estos podrían decidir que una sentencia más ligera se justifica porque el acusado está a la merced de su biología.

Pero el juez o jurado entonces pueden decidir que se requiere una sentencia más severa para mantener al acusado fuera de las calles. Porque su biología hace más probable que este vuelva a cometer un crimen.

Cuando los jueves y los jurados consideran un veredicto, las explicaciones científicas sobre la conducta de un criminal pueden tener poco o ningún efecto. GETTY IMAGES

Tabery piensa que este efecto neutralizante puede ocurrir parte del tiempo.

Pero indica que hay algunas situaciones en las que el equilibrio entre los dos factores puede cambiar, lo que significa que la evidencia científica en realidad afecta al acusado.

Después de llevar a cabo más estudios, Tabery deduce que en ciertas circunstancias —en particular cuando es probable que el acusado pase un tiempo limitado en prisión y después vuelva a integrarse a la sociedad—, la evidencia genética o neurocientífica puede hacer una gran diferencia en la corte. Y puede llevar a sentencias más severas.

Esta idea claramente se opone a la conclusión de Denno de que la evidencia genética o neurocientífica no parecer tener un rol decisivo en la corte.

Denno cree que ha habido fallas en los estudios que Tabery y sus colegas han realizado. Por ejemplo, dice que eligieron un trastorno —psicopatía— que, en sus propias palabras, es “un diagnóstico con mucho estigma” y que, se dijo, era incurable.

Eso pudo haber alentado a los participantes a pensar en el peligro que el acusado podría presentar para la sociedad en el futuro.

Los expertos no se ponen de acuerdo sobre el papel que los genes pueden jugar en una corte. GETTY IMAGES

Pero volviendo al caso de Waldroup, ¿aseguró en realidad una sentencia menos severa debido a la evidencia genética?

Parece difícil de argumentar. Los estudios de Denno sugieren que no; los de Tabery muestran que éstas incluso tienen el potencial de conducir a más, no menos, sentencias severas.

Pero este contexto puede quedar omitido cuando casos notorios, como el de Waldroup, se discuten en los medios.

Es fácil tener la impresión de que los criminales peligrosos rutinariamente escapan castigos más duros gracias a que sus abogados defensores utilizan la genética y la neurociencia como su mejor carta.

La realidad puede ser mucho más mundana. Lejos de estar revolucionando el sistema de justicia criminal, Denno piensa que la genética y la neurociencia simplemente se están haciendo un espacio en el arsenal existente de herramientas científicas que los abogados defensores o los fiscales pueden utilizar para presentar un caso.

El público en general quizás es más reticente a la fascinación de la ciencia de lo que mucha gente suele pensar.

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