Es bueno dar regalos cuidadosamente envueltos y comprados en oferta. Pero es mucho mejor saber dar la corrección oportuna y adecuada, la caricia verbal y física constante, el tiempo necesario y la atención debida a los hijos, a lo largo de todo el año.
Es bueno asistir a los servicios religiosos, según la comunidad a la cual se frecuente. Pero es muchísimo mejor poner en práctica el mensaje de caridad, humildad y esperanza, transmitiéndolos sobre todo a quien se encuentra deprimido, desanimado o desmotivado.
Es bueno quemar algunos fuegos pirotécnicos, con las debidas precauciones. Pero es mucho mejor donar parte de ese dinero a quienes se dedican a ayudar a quienes no poseen familia, para comprar medicinas a alguien que está enfermo y no tiene quién se las provea.
Es bueno decir ¡Feliz Navidad! y sonreír a los demás en estos días de regocijo. Pero es mucho mejor tener paciencia en el tránsito, dar el paso a otro vehículo, respetar a los peatones (como lo manda la ley) y callar esa bocina impertinente.
Es bueno reunirse con los amigos de infancia para convivir y tomar unas copas. Pero muchísimo mejor reconciliarse con aquella persona que nos ofendió o que ofendimos, hablarle a aquel vecino que parece hosco y repelente, perdonar esos viejos e inútiles traumas de infancia que no dejan respirar al corazón con el aire de espiritualidad y verdadera buena vida que trae la Navidad.
Es bueno elaborar el tradicional nacimiento, ya sea con antiquísimas figuras de madera o bien las contemporáneas versiones de resina o yeso… Pero es mejor reflexionar sobre la historia de aquella pareja que buscaba refugio en Belén hace 2 milenios sin que nadie se lo ofreciera, al igual que existen hoy personas que no tienen dinero para la cena de Navidad, ni para obsequios y tarjetas.
A ellos se les puede ofrecer una mano bondadosa, no para sentirse orgullosamente bien, sino porque es el simple deber mínimo.