Infaltable, el pedigüeño que abre y cierra amablemente la puerta de la tienda, en espera de una moneda. A veces habla con exagerada educación. Da buenas noches, disculpe caballero, pase adelante… ¿Me regalaría usted una moneda, disculpe usted, para comer? No le dé y escuchará un susurro subliminal de insultos proveniente del mendigo hasta hace unos segundos muy cortés.
Pasa un autopatrulla, haciendo titilar sus luces, pero nada ocurre. Está prohibida la ingesta de bebidas alcohólicas en esta área, dice un letrero que hace mucho le gustaría haber salido corriendo o unirse a la fiesta.
Damas visiblemente alegres escogen un jugo de frutas de la refrigeradora, que les enseña sus dientes de colores; el policía que cuida la tienda le pone el ojo a los tres jóvenes que dan vueltas alrededor de las bolsas de maníes y tostadas de maíz, mientras otro está en el cajero.
La noche se hace anciana y muere, con música de los Bukis, Daddy Yankee y el infaltable Chente. Nadie la llora. Sigue la fiesta.