La berlinesa Victoria van Violence tiene casi 200.000 seguidores en Instagram, quienes están pendientes de sus preciosas fotos en la playa, en festivales, o en casa con su perro.
DEUTSCHE WELLE
Por qué a nuestro cerebro le encanta Instagram
Por primera vez, un investigador muestra lo que le sucede a nuestro cerebro cuando nos dan un “like”. Y una profesora tiene una visión que pondría de cabeza nuestro mundo de las redes sociales.
Por primera vez, un investigador muestra lo que le sucede a nuestro cerebro cuando nos dan un “like”. (picture-alliance/dpa/J. Schmitt-Tegge)
Sin embargo, las fotos con mayor número de likes son a menudo acompañadas de textos que no parecen encajar en el mundo de Instagram, en el que todo es perfecto. “Todo el mundo tiene momentos terribles, solo que no hablamos de ello”, escribe Van Violence. “Sentimientos negativos, fracasos, separaciones, pérdidas de trabajo, etc., son defectos en nuestra sociedad. No encajan bien en una foto, ni en la vida real. Pero es completamente normal”.
La influencer, cuyo verdadero nombre es Victoria Müller, va regularmente a psicoterapia, tras luchar contra una depresión hace unos años. “Un nivel de estrés alto y constante, no ser capaz de desconectarte, tener que siempre ofrecer algo, el desgaste es algo común en muchas profesiones”, dice.
Pero en Instagram, las comparaciones directas con los demás no cesan, y no se trata solo de la cifra de seguidores o likes. “Otros tienen una mejor cooperación, una vida más excitante. Te puede ir peor en cada área posible”, añade van Violence.
Mundo perfecto
“Antes hacía más trabajos de modelo y compartía las fotografías profesionales, pero me di cuenta de que no tenía más ganas de este mundo perfecto”, dice. “No quiero ir a eventos y tener que preguntarme si la gente está pensando que no soy como en las fotos”.
Desde hace tiempo, en sus publicaciones habla cada vez más de temas serios, como el cambio climático, el discurso de odio en internet o la salud mental. Y funciona entre sus seguidores. No obstante, la mayor parte de Instagram sigue siendo un mundo perfecto. No siempre con imágenes veraces: las escenificaciones, la edición de imágenes con Photoshop y las cirugías estéticas forman parte del mundo de los influencers y los usuarios. Más de 500 millones de personas utilizan la plataforma a diario.
Cuando se enciende el centro de recompensa
“Somos seres sociales”, dice Dar Meshi, neurocientífico de la Universidad de Michigan. Ya en la Edad de Piedra era más fácil sobrevivir en grupo, acceder a los recursos y reproducirse.
De forma pionera en el mundo, Meshi estudia a los usuarios de redes sociales con resonancia mágnetica en la Universidad Libre de Berlín, que muestra las regiones que se activan con las publicaciones y al dar y recibir un like. Cuando salta un like, se ilumina el centro de recompensa, el llamado cuerpo estriado. Es el mismo que se activa al comer, beber, tener relaciones sexuales o con el dinero. También al consumir drogas.
En las redes sociales es fácil activar estas pequeñas recompensas sociales. A lo largo del todo el día podemos conectarnos con cientos o miles de personas y no hace falta ni levantarse.
Meshi prefiere no hablar de adicción, le parece que es una palabra demasiado dura. No hay nadie a quien le haya sido retirada la custodia de sus hijos por una enorme dependencia de las redes sociales, como sí ocurre por ejemplo con la heroína, ejemplifica.
Sin embargo, el investigador cita estudios y casos en los que las personas duermen peor, sacan peores notas en el colegio o incluso pierden sus trabajos por no ser capaces de pasar demasiado tiempo sin las redes sociales. Meshi descubrió en un estudio que las personas más dispuestas a correr riesgos tienen una mayor probabilidad de volverse adictos a las drogas, pero también de ser más dependientes de las redes sociales.
Los usuarios activos están más contentos que los pasivos
En otros dos estudios, los investigadores preguntaron a personas varias veces al día por mensajes de texto si habían usado Facebook en los últimos cinco minutos y cómo se sentían. Si lo habían hecho, se sentían peor. Aunque no pudieron determinar si esto estaba relacionado con el hecho de tener que reflexionar sobre su comportamiento ante los investigadores.
Lo que sí descubrieron es que los usuarios más activos –con más publicaciones y que recibían más likes– estaban por lo general más contentos que los usuarios pasivos. Estos últimos, presumen los investigadores, estarían comparando continuamente su vida real con la vida perfecta de los otros, al no recibir likes ellos mismos porque no comparten prácticamente nada. Pero también podría ser que quienes ya están de mal humor publican menos cosas en general.
El mito de la dopamina
La dopamina es un neurotransmisor que a menudo se vincula con las redes sociales. Experimentos con dinero muestran que se libera este compuesto cuando se confía en el éxito. Así explican los investigadores que uno pase horas pegado a las máquinas tragamonedas o que miremos una y otra vez una aplicación.
Meshi no puede confirmar que la dopamina y el uso de las redes sociales estén conectados. No obstante, sospecha que la esperanza de activar el centro de recompensa hace que las redes sociales sean tan atractivas.
Nuestro centro de recompensa no solo se activa cuando recibimos likes. También se activa cuando le damos likes a otras imágenes o cuando damos rienda suelta a nuestra curiosidad por lo que hacen los demás. Para Meshi, eso explica que nuestro estatus en el grupo sea tan importante, así como que queramos gustar a los demás.
Siempre comparando
También la profesora de ética mediática Petra Grimm se pregunta si el anhelo de compararnos es innato o cultural. En plataformas como Instagram, nos pasamos el día comparándonos. “Se vuelve problemático cuando la comparación lleva a la devaluación o está marcada por la superioridad”, dice.
Estar permanentemente comparándose puede impedir a los más jóvenes descubrirse a sí mismos. “Cuando sigo a influencers para orientarme sobre, por ejemplo, qué ropa vestir, qué consumir o cómo debería vivir, y al mismo tiempo intento presentarme como único, me cuesta concentrarme en qué es lo que de verdad quiero”.
Una nueva visión del mundo de las redes sociales
¿Quién debería asumir la responsabilidad de la salud mental de los usuarios de las redes sociales? A las plataformas les interesa que estas personas estén pendientes de sus teléfonos inteligentes tanto tiempo como sea posible, pues es así como ganan dinero. Y experimentan con cómo mantener la atención del usuario.
Grimm cree que las plataformas también son responsables. No obstante, considera que es ingenuo esperar que cambien por sí mismas poniendo en riesgo su modelo de negocio. Su visión es otra. “Debería haber una especie de modelo público, idealmente en el marco europeo”, dice. Una plataforma “que proteja los datos, la esfera privada y la salud mental”.
“No puede ser que dejemos que estas empresas estadounidenses discutan las normas sin poder hacer nada al respecto”, sostiene. Está convencida de que se podría atraer a los influencers que quieran pasar a formar parte de una nueva plataforma segura y con normas claras, con el lema “nosotros vamos por nuestro propio camino”.
¿Y los influencers?
Victoria van Violence cuenta que los algoritmos poco fiables son lo que más le molesta de Instagram. La aplicación los cambia constantemente. “Es frustrante cada vez que introducen un nuevo algoritmo que hace que la gente no vea mis fotos”, se queja.
La treintañera está segura de que la plataforma va a seguir cambiando, igual que la profesión de influencer. En Facebook, señala, ya no hay influencers tan activos como los de Instagram.
Al ser preguntada dónde recaen las responsabilidades, Van Violence apunta a sus colegas. “La gente que crea contenido en el marco de una actividad profesional tiene que volverse más transparente”, defiende.
¿Qué nos hace bien?
Grimm cree que hay un enorme trabajo por hacer en las escuelas. “Hay una gran necesidad de prevención en los colegios”, señala. Los profesores deberían hablar sobre las estrategias comerciales de las compañías. Los estudiantes deberían tener más oportunidades para debatir y reflexionar sobre lo que el consumo de las redes sociales hace con ellos. Es importante que cada uno pueda encontrar su propio equilibrio para saber lo que le hace bien, apunta la experta.
Cuando Van Violence, que pasa a diario entre dos y seis horas en Instagram, tiene un mal día, decide conscientemente pasar menos tiempo en la plataforma y dedicarlo a su familia y sus amigos. “Sé cómo es internet. Hoy tienes a miles de personas diciendo lo increíble que eres y mañana puede ser de una forma completamente distinta. Si no se tiene una red estable en el mundo real, no se tiene nada más”. En ese sentido, la influencer cree que su trabajo a tiempo parcial como moderadora de radio es más sostenible.
SIn embargo, ni Grimm, Van Violence o Meshi condenan las redes sociales. Todos creen que es una posibilidad única para entrar en contacto con otras personas. “Puedo acceder a información por vías no convencionales, intercambiar ideas con gente completamente diferente y aprender de ellos”, dice Van Violence.
“Las redes sociales son un lugar al que uno mismo da forma”, concluye. “Si la gente a la que sigo no me genera un buen sentimiento, debería dejar de seguirla”.