Escenario

Adiós 2010

El tiempo, ese viejo dios pagano que se traga a sus hijos, ya casi ha devorado al 2010 y un nuevo año se apresta a recorrer 365 días para morir también en sus fauces.

Cronos para los griegos, Saturno para los romanos, la anciana deidad de cabellos blancos como la nieve y barbas de armiño invernal no perdona milenios ni siglos ni años ni meses ni minutos ni siquiera segundos. Todos son sus vástagos, a todos extermina implacable y con ellos se van soles, planetas, continentes, civilizaciones y culturas. Todo tiene un término fatal en el Universo, donde el espacio y el tiempo son hermanos gemelos, si no un monstruo bicéfalo:

La ternura de los infantes, la belleza lozana, insolente, de la juventud, las ilusiones y los sueños del estío esplendente de la adultez, la satisfacción vagamente melancólica de verse rodeado de los descendientes cuando se avecina la vejez, todo lo va transformando para finalmente engullirlo en su vorágine. El cutis primero delicado del bebé, fresco en el joven y todavía terso en el adulto irá cambiando: se llenará de surcos indicadores de la proximidad del invierno, y en el alma habrá huellas profundas, fruto de los sufrimientos a los que nadie escapa y que no se enmiendan con cirugías plásticas. También la Tierra muestra las señales de sus arañazos: daños ocasionados por terremotos, huracanes, pestes… colaboración de madrastra Naturaleza, y los de guerras, desolación y migraciones de pueblos enteros causados por la mala entraña del hombre que lucha y mata por un pedazo más de tierra o por unas onzas de oro, sin recordar que la muerte está siempre acechándolo para entregarlo al engendro devorador e insaciable que borrará las huellas de su existencia.

Guatemala ha sufrido en este año al que Cronos da fin, los embates del crimen organizado, la delincuencia común, las maras, los linchamientos a manos del pueblo enardecido, que ya no confía en una justicia ineficaz, por no decir inexistente. La suma de las muertes violentas impacta… Y por si lo causado por la mano del hombre fuera poco, el Volcán de Pacaya con su lluvia de rocas incandescentes y arenas negras como conciencia de criminal, Ágatha, con sus aguaceros de diluvio e inundaciones y las heladas que han arruinado los sembrados de los campesinos del altiplano han hecho de las suyas y dejado una cauda de miles de personas sin techo y sin alimentos. No ha habido equilibrio. El fiel de la balanza se ha inclinado por el peso del mal en esta patria querida que ya no es Flor de Pascua, sino de sangre, en la cintura de América.

Termino con unos versos del gran poeta uruguayo Julio Herrera Reissig, dedicados a ese dios inexorable, el tiempo: “El viejo patriarca/ que todo lo abarca,/ se riza la barba de príncipe asirio;/ su nívea cabeza, parece un gran lirio,/ parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca/ (…) Su pálida frente es un mapa confuso:/ La cruzan arrugas, eternas arrugas…”.

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