Investigaciones previas habían demostrado que los individuos son propensos a emparejarse con otros de idénticas características en aspectos como la religión, la edad, la raza, los ingresos, el tipo de cuerpo y la educación.
Aunque muchas de estas cualidades son rasgos fenotípicos, es decir, que se encuentran vinculados, en parte, al ADN, esta es la primera ocasión en la que se corrobora una influencia directa de nuestro material genético en la selección de un compañero de vida.
Para obtener esta conclusión, los científicos examinaron la secuencia genética de 825 parejas estadounidenses, en especial los “polimorfismos de un solo nucleótido”, dado que son zonas que difieren comúnmente entre los seres humanos y constituyen el 90 por ciento de todas las variaciones genómicas.
Los resultados mostraron que existía una mayor semejanza entre el ADN de los amados que entre este y el del resto de los individuos de la muestra. Los investigadores compararon además la magnitud de la similitud genética con la magnitud de un fenómeno ampliamente estudiado, el de la similitud por formación académica. En este sentido, observaron que la preferencia por un novio genéticamente parecido era tres veces menor que la preferencia por razón de estudios.
Este hallazgo sienta las bases para futuras investigaciones sobre una posible semejanza genética también entre amigos y pone de manifiesto nuevamente el influjo de la química en el amor romántico.