“El amor siempre rompe, al llegar tanto como al irse. A sangre y fuego entra; a sangre y fuego sale”, escribía Gala -fallecido este domingo a los 92 años- en “Ahora hablaré de mí”, una obra autobiográfica que se sumó al inmenso éxito alcanzado por la gran mayoría de los libros de este escritor al que adoraban los lectores, y cuya imagen quedará unida a sus inseparables bastones.
Durante años fue el escritor que más ejemplares vendió en la Feria del Libro de Madrid. Las colas de personas para conseguir su firma eran interminables.
Nacido en Brazatortas (Ciudad Real) en octubre de 1930, Gala consideraba su patria “chica” a Córdoba, la ciudad en la que vivió de niño, en la que en 1997 creó la Fundación Antonio Gala, dedicada a jóvenes creadores, y en la que ha muerto este domingo, 28 de mayo.
CONFIRMAN SU MUERTE
El escritor y poeta español Antonio Gala, éxito de ventas a finales del siglo pasado en su país, falleció este domingo a los 92 años, anunció la editorial Planeta.
“Lamentamos comunicar que hoy ha fallecido nuestro querido autor y amigo Antonio Gala, uno de los escritores más destacados de la literatura española”, tuiteó la editorial, que publicaba sus libros.
“Siempre lo recordaremos por su legado literario y por su apoyo a los jóvenes creadores”, agregó Planeta.
“Descanse en paz, su obra queda para siempre”, tuiteó de su lado el ministro español de Cultura, Miquel Iceta.
Ni el ministro ni la editorial detallaron las causas de la muerte, pero medios locales indicaron que el autor padecía aflicciones de salud.
Gala, quien creó una fundación para impulsar la labor de jóvenes escritores, se había retirado de la vida pública luego de anunciar en 2011 que padecía cáncer de colon.
UN LITERATO PRECOZ
A los 5 años escribió su primer relato y dos años después su primera pieza teatral. A pesar de esa precocidad, se consideraba “escritor de destino, no de vocación” y, como contaba él mismo, no le dejaron otra opción que la de dedicarse a la literatura, por más que lo intentó “con toda clase de licenciaturas y doctorados”.
Su éxito como dramaturgo, con obras como “Los verdes campos del edén” (Premio Nacional Calderón de la Barca), “Anillos para una dama” (Premio Nacional de Literatura y Premio Mayte), “¿Por qué corres, Ulises?” y “Carmen, Carmen”, eclipsó su lado poético, pero fue en la poesía donde debutó Gala con “Enemigo íntimo”, por la que recibió un accésit del Adonais en 1959.
Practicó, también con éxito, la novela y el ensayo, pero le gustaba definirse como poeta. “La poesía sostiene a todos los géneros literarios. Es el alma”, decía el escritor, que creía que “si algo en la poesía no es inteligible y no se dirige directamente al corazón y a la mente, no sirve para nada”.
Su último poemario fue “El poema de Tobías desangelado”, de 2005.
Él lo consideraba su testamento literario y en sus páginas latía “el zumo agridulce” de su corazón. Tres años más tarde publicó “Los papeles del agua”, su libro “más feminista”, como lo definió él mismo. Las mujeres, decía, “son los seres más humanos, más completos y generosos del planeta”.
Como novelista tuvo un gran éxito desde que en 1990 publicó “El manuscrito carmesí” (Premio Planeta). Luego vendrían títulos como “La pasión turca”, llevada al cine; “La regla de tres”, “El imposible olvido” y “El pedestal de las estatuas”.
EL AMOR, UNA COSTANTE EN SU OBRA
Gala poseía “el arte de la palabra”, y ese fue precisamente el título del congreso internacional que se le dedicó a su obra en 2008.
El amor fue una constante en su obra y hablaba de él de mil formas diferentes, certeras siempre: “El amor sin dolor es una bobería”. “Todo el que ama, incluso el desamado, gana, porque también el desamor nos enseña mucho”. “El amor de verdad tiene que transgredir”.
Este hombre que no solía ocultar su homosexualidad se confesaba “mejor amigo que amante” y aseguraba que las decepciones de la amistad le habían dolido “de una forma insoportable” porque él se entregaba a los amigos “del todo, sin corazas”.
Gala aspiraba a ser feliz y burló varias veces a la muerte, pero perdió la batalla del cáncer “de difícil extirpación” que él mismo confesó tener en su columna del diario El Mundo, “La tronera”, que escribía cada día desde 1992.
Luchó contra la enfermedad, pero él sabía que era “un camino incómodo, que lleva o no a la muerte con o sin rapidez”.