Los personajes destacados se enterraban en áreas conocidas como pudrideros, en las entradas de los sótanos de los templos, y que fungían como cementerios, explica el historiador Haroldo Rodas, como es el caso de San Francisco, en la Nueva Guatemala de la Asunción, donde se observan espacios para velatorios y enterramientos.
En estos se dejaban los cuerpos vestidos y rodeados de cloroformo u otras sustancias para evitar el mal olor. Esta costumbre se heredó de las formas de entierros de los siglos XVII y XVIII en España y Europa.
En otra referencia de 1647 se dice que: “Fueron tales los estragos que se agotaron en las iglesias los lugares para la sepultura”.
El viajero francés Arturo Morelet, que llegó a Guatemala en el siglo XIX, menciona que de las iglesias emanaba mal olor debido a los entierros que se hacían en los sótanos.
Los difuntos de familias comunes se sepultaban detrás de las iglesias, o en el atrio, si este no era utilizado como mercado, refiere el historiador y Doctor en Sociología Aníbal Chajón. Rodas añade que se envolvían en petates.
Según el cronista Bernal Díaz del Castillo, iglesias en Santiago como la Catedral, San Francisco, Santo Domingo, la Merced y la Recolección tenían bóvedas bajo las naves, que fueron lugares de enterramiento.
Los espacios funerarios en los templos tenían un valor preferente, ya que se pagaban previo a la muerte de una persona. Se asignaba una cantidad de dinero para elevar oraciones durante gran número de años, añade Rodas.
Algunos documentos y publicaciones de finales del siglo XIX mencionan que en el antiguo cementerio de San Juan de Dios —ubicado detrás del actual Hospital General San Juan de Dios, zona 1— se veía aún los cuerpos en estado de descomposición en los pudrideros que se ubicaban en la entrada.
Lea la infografía completa en la edición impresa o adquiérala aquí.