Escenario

Horrores idiomáticos y algo más…: Bailes de tacón de hueso

En el siglo decimonónico Guatemala era muy distinta. En esa época había fiestas de "chancles" (la clase social encopetada) llamadas "saraos", y también "zarabandas" (en Chapinlandia, jolgorios populares). A los primeros asistía la crema y nata de la sociedad, incluidos los empingorotados. Las damas lucían vestidos a la última moda —el dernier cri de París— se adornaban con joyas deslumbrantes y bailaban danzas de salón.

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María del Rosario Molina (Foto Prensa Libre Cortesía: María del Rosario Molina)=

En las otras, el pueblo se divertía, creo que más que en los saraos, y asistían personas descalzas, razón por la que las llamaron “bailes de tacón de hueso” y había advertencias tales como “no tire las colillas al suelo porque se queman los pies las señoritas”, que existieron hasta bien entrado el siglo XX. Las damitas “fufurufas” (creídas) no se aparecían por ahí; los señoritos, sí. Las jóvenes “mengalas” (de clase popular), no menos bellas, que asistían llevaban blusas de mangas de “güicoy” (abombadas), faldas amplias levantadas por fustanes almidonados, listones y rebozos de alegres colores e iban descalzas, apoyadas sobre los talones. Aclaro que el llamado “talón de Aquiles” es un tendón. El talón es la parte posterior del pie, que al no llevar zapatos hace las veces de tacón.

Muchos años antes, la gente acomodada había usado los lujosos “chapines”, forrados de seda y bordados con piedras preciosas que le dieron origen a nuestro apodo. Muy bien explica el escritor Francisco Pérez de Antón en sus Chapinismos del Quijote que ese incómodo calzado llegaba a medir hasta 21 centímetros de altura y algunos recién casados protestaban por el engaño cuando las desposadas se los quitaban. Eran algo así como los zapatos que ahora están de moda y hacen ver gigantes a las chicas. Las veo “montadas” en ese calzado, muero de envidia y recuerdo que en los años setenta y ochenta (no es correcto “los 70’s”, etc.) del siglo XX se usaron. Gracias a esas plataformas en una ocasión me doblé el pie, y como el zapato era amarrado no me lo pude zafar. El resultado: una ruptura de tendones, que me dislocara el tobillo y que tuviera que hacer varias semanas de reposo que no cumplí, pues me gradué al poco tiempo de traductora en ESTI y acepté las sandalias con “tacón cubano” (grueso y de poca altura) que una prima me ofreció.

Esa vez habría querido ir sin zapatos, pero llegar así a un acto en que quienes se graduaban lucían sus mejores galas era inadecuado e hice el sacrificio y no me descalcé hasta que este terminó. Mi costumbre es andar de “tacón de hueso” en casa y me siento más cómoda. A ese hábito de siempre, le debo haberme roto casi todos los dedos de los pies al tropezar con cualquier cosa que esté fuera del camino o en él, sea esta una silla o la pata de la cama. Es muy sabroso caminar descalzo, sin ese invento hecho para proteger los pies, que se convirtió en pura vanidad.

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