En tan heterogéneo grupo, o mejor dicho grupito, pues en realidad éramos pocos, nos dedicamos a pelar a los prójimos mal hablantes a nuestro sabor y antojo. Hasta Titivillus —que le tiene echado el ojo a Berta, no con fines de acoso sexual, sino de llevársela al Averno— contemporizó con ella cuando se comenzó a burlar de las personas que dicen: “amigas y amigos”, “guatemaltecas y guatemaltecos”, “niñas y niños” con una redundancia cursi que la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española critican, tanto como poner el signo de arroba (@) para referirse a ambos sexos, que no géneros, término mal traducido, también muy criticado por los conocedores del idioma español y del inglés, pues los significados difieren.
Pues bien, todos coincidimos en lo útil que ha sido el Diccionario de americanismos, ya que allí podemos leer los localismos de los distintos países donde se habla el español, para entendernos los unos a los otros, y que no nos suceda lo que al latín que se diversificó en nueve distintos idiomas, 10 en verdad, si contamos al ladino, derivado del español antiguo, que hablan los sefarditas descendientes de los judíos que cruelmente expulsaron los Reyes Católicos de sus territorios en condiciones verdaderamente ingratas. También el Diccionario panhispánico de dudas ayuda mucho a ese propósito e indica las formas correctas del idioma culto, los neologismos y los anglicismos que aceptan las academias o no.
Desde luego salieron a relucir los dequeísmos, los queísmos de los que “hacen gala” algunos medios escritos en nuestro terruño, los “loqueísmos”, las malas conjugaciones, las palabras cognadas confundidas, las faltas de concordancia, las anfibologías, la incorrección ortográfica y un largo etcétera. El convite estuvo alegrísimo. Cada quien aportó lo suyo, y todos estuvimos de acuerdo en que esperamos con ansias el nuevo libro: El buen uso del español, que dará muchas luces.
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