Escenario

Horrores idiomáticos y algo más…: Un convite especial

En este último miércoles del año 2012, quiero contarles, lectores amigos, que tuve un convite sui géneris la noche del jueves 20, un día antes del solsticio de invierno para el hemisferio norte y de verano para el hemisferio sur y de grandes expectativas para quienes pronosticaban, o temían, el fin del mundo, el juicio final y no sé cuántas cosas más.

(Foto Prensa Libre: cortesía María del Rosario Molina)

(Foto Prensa Libre: cortesía María del Rosario Molina)

Pues bien, nos reunimos a disfrutar de una opípara cena mi amiga Berta, quien me ha inspirado no pocos artículos con sus graves metidas de pata idiomáticas; mi otra amiga, Carmencita, la española que pelea con las personas cuando no la entienden, como en el caso en que quería comprar “calas”, nombre adecuado de los “cartuchos”, o cuando insistía en que buscaba adornos de “concha de nácar”, el término apropiado y no de “conchanácar”; Cocó, mi hija, aficionada como yo a corregir errores gramaticales; Titivillus, el diablillo medieval de quien ya he contado en un par de ocasiones que antes tuvo otros trabajos, pero ahora es el encargado de mandar al infierno las almas de todos los que han hablado o escrito mal en esta vida, a los que odia, con “odio jarocho” (localismo por “odio intenso”), y yo, su colaboradora en eso de cazar gazapos.

Berta comenzó la plática desbarrando: Dijo que creía a “pie juntillas” (modismo usado en todos los países de habla hispana) en que el 21 sería el fin del mundo: “Han habido muchos avisos que así será” exclamó, en vez de decir correctamente: “Ha habido muchos avisos de que así será”. Está el Apocalipsis, las profecías de Nostradamus y ahora el B’aktun 13 —prosiguió— y será la segunda venida del Señor (la parusía) que nos va a juzgar a todos. Habrán terremotos (debió haber dicho “habrá”), el mar lo va a cubrir todo, el cielo se va a incendiar y van a caer mucho areolitos (se dice “aerolitos”). Mientras hablaba engullía caviar, ostras, champiñones, langosta —todo eso se había pedido— y bebía, no precisamente a sorbos, un champán delicioso. Disfruto nuestros últimos minutos -decía.

Carmencita la miraba aterrorizada, no por las amenazas apocalípticas que mencionaba, sino por lo mal que hablaba y por la voracidad ad náuseam con que tragaba los alimentos. Cocó y yo la veíamos con furia. ¿Qué pensaría de ella nuestra amiga española? Titivillus, en cambio, la contemplaba arrobado, jurando que esa noche, tras el hartazgo digno de Pantagruel, Berta le entregaría su alma al diablo, y no la carne, como dice el dicho: “La carne al diablo y el hueso a Dios”. Lo que es más, la instaba a que pidiera más platillos y probara, después del champán, que en verdad se debería tomar con los postres, otras bebidas alcohólicas.

Afortunadamente Berta sobrevivió al festín, durmió todo el viernes como una bendita y cuando despertó ya la hora exacta del solsticio, 5.12 a.m. hora local, había pasado sin que nada sucediese.

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