La ruta que lleva la Parque Nacional Llanos de Challes, en el desierto de Atacama, 600 km al norte de Santiago, muestra un colorido sin fin. Por todas partes las flores emergen de la arena, invaden los cactus y se aferran a las rocas.
El fenómeno climático de El Niño, que llega a las costas del Pacífico sudamericano cada seis o siete años, aportan las lluvias necesarias para que germinen los bulbos y los rizomas (tallos subterráneos que crecen de forma horizontal) , que pueden estar en estado latente por décadas.
“Este es un año excepcional, ha llovido más de 50 milímetros. Las flores comienzan a crecer a partir de 15 mm por año, y este año todas las especies crecieron” , explica Carla Louit, directora del Parque Nacional.
La intensidad de las lluvias es clave para que el desierto florezca, pero no lo es todo. También se necesita que las precipitaciones sean a intervalos regulares, ni muy fuertes ni muy espaciadas, y sobre todo que las heladas no corten la germinación durante el invierno austral.
Si esas condiciones se reúnen, el desierto florido puede durar de septiembre a diciembre.
“La última vez que hubo tantas flores fue en 1989; después hubo desiertos floridos pero ninguno como este” , señala el padre Lucio, cura de un pueblo vecino y botánico aficionado.
El Parque Llanos de Challe fue creado en 1994 para proteger este ecosistema de la actividad minera, muy intensa en la región.
“Tenemos más de 200 especies de flores endémicas, es decir que no crecen en ninguna otra parte del mundo, y 14 están en riesgo de extinción” , precisa Yohan, uno de los guardaparques, que deplora las prácticas de ciertos turistas.
“Las personas no tienen conciencia, arrancan las flores para llevarlas a sus casas porque piensan que allí van a crecer, y evidentemente no crecen nunca. Y cuando se arranca una flor está perdida para el desierto” , dice.
Esta práctica amenaza sobre todo a las especies más raras como la célebre Garra de León (Leontochir ovallei) , la gran y emblemática flor roja que marca el apogeo del desierto florido.
“Es la última en florecer pues sus bulbos están enterrados muy profundo y hace falta que caiga mucha agua antes de que salga. Por eso es tan rara”, explica el padre Lucio. Y sólo se da allí. “Es la única representante de su especie en la Tierra, se da usted cuenta?” , señala conmovido.
Según Louit, sin embargo, faltan medios para controlar el parque. “Tenemos cinco guardianes para 45 mil hectáreas”, señala. La administración se concentra entonces en sensibilizar al público visitante.
Los guardaparques acogen también a escolares: “Lo mejor para que los niños tomen conciencia de la importancia de la naturaleza es llevarlos al terreno para que vean los colores, sientan los olores y descubran por ellos mismos” , comenta Julio un profesor que acompaña a un grupo de niños.
Aún así, el principal enemigo del ecosistema es el desconocimiento.
“Existen pocos estudios integrales sobre el fenómeno del desierto florido, solamente estudios puntuales sobre ciertos elementos que lo componen”, explica la directora.
“No hay fondos gubernamentales para estudiar un fenómeno tan esporádico. La presencia del desierto florido constituye una incertidumbre que ningún proyecto es capaz de financiar” , añade.
Sin conocimientos científicos precisos es difícil implementar un plan de conservación. “Se ignora todo del rol de la higrometría, es decir las transferencias entre aguas de la bruma costera y el desierto, y los fenómenos de goteo que siguen, que son al menos tan importante como las precipitaciones directas” .
El fenómeno del desierto florido no sólo es poco conocido para la ciencia, sino también para el público. Este año solamente 1mil 200 chilenos y 64 turistas extranjeros se registraron a la entrada del parque.
“Hay pocos medios para promover el turismo”, se lamenta Louit. Y como la floración recién puede anticiparse unos pocos meses antes, no se puede apuntar a los turistas extranjeros, agrega.