Este artículo pretende cuestionar algunas de las connotaciones negativas que se suelen asociar a las adaptaciones por defecto y, al mismo tiempo, explicar por qué estos procesos de reciclaje de historias son tan frecuentes.
Mito 1: ‘Ya no hay ideas originales’
Una de las expresiones más escuchadas cada vez que se estrena una nueva adaptación está vinculada a una supuesta falta de ideas en el cine y en la televisión. Sin embargo, lo cierto es que todas las historias (sean o no adaptaciones) ya se han contado antes. La existencia de patrones narrativos y argumentos universales está ampliamente reconocida, y es una constante en la producción cultural del ser humano desde sus orígenes.
La clave de la originalidad, entonces, radica en cómo contar esas historias que ya conocemos de manera innovadora y diferente. La práctica de adaptar implica necesariamente una gran dosis de creatividad. Así lo explica la actriz y guionista Emma Thompson, que obtuvo un Oscar por su adaptación de la novela Sentido y Sensibilidad: “La adaptación es al mismo tiempo destilación e invención: tienes que usar tu imaginación para crear tu propio esqueleto narrativo”. Y esto es aplicable a cualquier proceso de adaptación, independientemente del medio en el que se lleve a cabo.
Mito 2: ‘Las adaptaciones sólo buscan una cosa: ganar dinero’
Es innegable que una de las principales razones por las que se adaptan tantos contenidos está relacionada con los beneficios económicos potenciales que pueden generar. Las industrias culturales son, ante todo, industrias, y adaptar obras que ya han demostrado tener éxito minimiza los riesgos que conlleva producir una nueva película, o un nuevo formato de televisión.
Ahora bien, esta no es la única razón que justifica la decisión de adaptar una obra. Los responsables de una adaptación también pueden tener, por ejemplo, motivaciones artísticas o personales. Otro factor decisivo suele ser la proximidad cultural o mediática, ya que hacer un remake de una película extranjera de los años 30 (o llevar una ópera a un medio audiovisual) contribuye a acercar esa historia a otras audiencias.
Pongamos como ejemplo el caso de Polseres Vermelles (TV3). Esta serie está basada en el libro El mundo amarillo, de Albert Espinosa, y ha sido adaptada en países como Alemania, Italia, Chile o Estados Unidos.
El libro, además, relata las experiencias personales del autor, y anteriormente había sido la fuente de inspiración de la película Planta 4ª. Como se puede observar, los procesos de adaptación son de naturaleza compleja.
Los remakes de la serie catalana no estuvieron guiados únicamente por la intención de replicar un éxito televisivo; también pretendían volver a contar esa historia universal en otros contextos socioculturales. ¿Su objetivo? Vincular, de una manera mucho más directa, las tramas y los personajes de la serie a las realidades de otros espectadores.
En el fondo, lo fundamental para poder adaptar una historia es, como dice Leo Braudy, que la fábula subyacente tenga la capacidad de compeler a una nueva audiencia.
Mito 3: ‘El libro siempre es mejor que la película’
Desde los orígenes del cine, las adaptaciones han sido vistas como algo secundario e inferior a las obras literarias en las que estaban basadas. Ese sentimiento se ha ido extrapolando a todo tipo de adaptaciones, y las connotaciones sobre su inferioridad continúan vigentes hoy en día.
La comunidad académica dedicada al estudio de la adaptación ha identificado las causas de estos prejuicios. Entre ellas, cabría destacar las resistencias que surgen al intentar legitimar nuevas expresiones artísticas frente a otras precedentes, la reverencia por la fuente original y la logofilia. O, dicho de otro modo: la consideración de que una obra literaria siempre será superior a sus adaptaciones audiovisuales no sólo por el mero hecho de ser anterior en el tiempo, sino también por el “valor sagrado” de la palabra frente a la imagen.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que los lenguajes escrito y audiovisual son muy diferentes, y que por tanto generan experiencias distintas. Además, una película de 2 horas de duración nunca va a poder incluir todos los detalles narrados en una novela de 400 páginas. Por ello, cualquier trasvase entre literatura y cine siempre va a implicar cambios. El proceso de adaptación requiere, por su propia naturaleza, una transformación.
Esto no es algo malo en sí mismo. Una película nunca va a ser como nosotros nos habíamos imaginado el libro mientras lo leíamos. Pero, al ofrecernos una relectura a través de la imagen, la adaptación nos puede aportar una perspectiva diferente de la misma historia. Las experiencias que generan literatura y cine pueden ser complementarias e, incluso, enriquecedoras.
Mito 4: ‘La adaptación no es fiel al ‘espíritu’ del original’
De todas las cuestiones planteadas en este artículo, esta es sin duda la más controvertida. Como espectadores, podemos sentirnos decepcionados por una adaptación que no ha cumplido nuestras expectativas, y a menudo lo expresamos argumentando que no se ha respetado el “espíritu” de la obra original. Pero, ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de ese “espíritu”?
Uno de los grandes paradigmas de los estudios sobre adaptación descarta la idea de la “fidelidad al original” como criterio objetivo para valorar adaptaciones. Desde un punto de vista académico, el concepto de “espíritu” es demasiado abstracto, y por tanto muy difícil de medir y definir. Es más, la noción de “infidelidad” denota un juicio moral peyorativo, vinculado a los prejuicios ya explicados anteriormente. La necesidad de hacer cambios presupone que es imposible ser completamente fiel al adaptar una obra y, por tanto, toda adaptación podría considerarse “infiel” por naturaleza.
En este punto, cabría señalar que la adaptación tiene muchos aspectos en común con la traducción. Ambas disciplinas deben reinterpretar una historia para volver a contarla en otro lenguaje, o de un modo diferente. Al igual que sucede con las adaptaciones, los cambios “infieles” son imprescindibles en los procesos de traducción, y permiten que algunos lectores puedan acceder a textos que de otra manera no podrían leer. Pero esto no significa que la traducción en sí misma sea mejor o peor. Además, como ya dijo Borges, también “el original es infiel a la traducción”. Y no pasa nada.
Esta cuestión es especialmente compleja y no está exenta de matices. Aun así, en términos generales, la “fidelidad” no parece un baremo objetivo para medir la calidad de una obra, sea una traducción o una adaptación.
¿Por qué hay tantas adaptaciones?
En última instancia, adaptar es reinterpretar una historia para volver a contarla a través de un medio diferente, en otra época o en otro lugar. Aunque esta práctica está firmemente arraigada en la propia naturaleza del ser humano desde los orígenes de la civilización, los trasvases de contenidos entre distintos medios son cada vez más prevalentes.
Nacho Carretero, autor del libro de investigación periodística Fariña (que ha sido adaptado como serie televisiva y como novela gráfica, y que además tiene una versión teatral), defiende que las buenas historias “demandan ser adaptadas a múltiples formatos”. Si plantean grandes temas universales, capaces de emocionar a nuevas audiencias, esos relatos son susceptibles de ser adaptados en cualquier medio, ya sean de ficción o de no ficción.
Las historias nos ayudan a comprender y dar sentido al mundo en el que vivimos, independientemente del formato en el que se transmitan, o del número de veces que las hayamos contado antes. Por ello, las adaptaciones continuarán proliferando a través de todos los medios de comunicación que ya existen, y también de aquellos que todavía están por venir.
Isadora García Avis, Profesora del Grado en Comunicación Audiovisual, Universitat Internacional de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.