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La escritora británica, cuyo nombre de pila era Wollstonecraft Godwin, no era precisamente el tipo de hija paciente que esperaba a que su padre le arreglara un buen matrimonio tras la temprana muerte de su madre, una defensora de los derechos de la mujer.
En 1814, cuando apenas sumaba 16 años, inició una relación con el poeta Percy Bysshe Shelley, que estaba casado, y tuvo con él una hija que falleció a los pocos días de nacer. Aunque se casaron dos años después, tras el suicidio de la primera mujer de Shelley, la alta sociedad de la época siempre la miró con recelo por su defensa de las relaciones abiertas y su predilección por discutir con los hombres.
Unos meses antes de contraer matrimonio, la pareja viajó en verano a Ginebra a visitar a otros dos británicos: el ya entonces famoso poeta Lord Byron y su médico, y también escritor, John William Polidori. Ambos vivían en Villa Diodati, junto al lago Lemán, y los futuros Shelley buscaron casa cerca de allí junto a la hermana de Percy, Claire.
Aquel 1816 fue un “año sin verano”, pues la erupción del volcán indonesio de Tambora el año anterior había cubierto el mundo de una nube de cenizas que apenas dejaba pasar los rayos de sol. En Europa reinó el tiempo frío y lluvioso y los cinco se aburrían mortalmente hasta que a Lord Byron se le ocurrió una idea: que cada uno ideara una historia de fantasmas para contársela al resto.
Mary se tomó su tiempo, pues quería lograr una experiencia terrorífica total. “El lector no debería atreverse a apartar la mirada, pues la sangre correrá torrencialmente por sus venas y el latido de su corazón se acelerará”, escribió en el prólogo. Y así fue como, tras una pesadilla nocturna, creó a Frankenstein y su monstruo.
Entre sus fuentes de inspiración figuran los experimentos de Luigi Galvani y su teoría del galvanismo, que por aquel entonces era muy seguida entre determinados sectores. Según ésta, el cerebro produce electricidad que se transfiere mediante los nervios a los músculos para generar el movimiento. A partir de ahí, se llegó a experimentar con cadáveres con el fin de sanar enfermedades mediante la electricidad e, incluso, revivir a los muertos.
La novela que la futura Mary Shelley gestó aquel verano giraba en torno al estudiante de medicina Víctor Frankenstein que, en su afán por desentrañar los secretos del alma humana creó un monstruo a partir de distintas partes de cadáveres. “La repugnancia y un vertiginoso espanto se apoderaron de mi corazón cuando fui consciente de la criatura que había creado”, escribe la propia autora. Pero aunque éste tiene instintos asesinos movidos por la rabia y el odio, alberga un sufrimiento muy humano.
“Nací en Ginebra. Mi familia es una de las más ricas de la ciudad”, comienza la narración de Shelley sobre Víctor Frankenstein, que en muchos aspectos se parece a su entonces amante Percy. La novela avanza a través de las cartas que escribe a su hermana el capitán de un barco británico que encontró el cadáver de Frankenstein en el Ártico cuando el médico había decidido buscar al monstruo para ponerle fin.
Shelley incluye en la trama numerosos escenarios inspirados en los alrededores del lago Lemán, como la plaza de Plainpalais de Ginebra, donde hoy en día se erige una estatua de dos metros del monstruo. En un cementerio cercano, Frankenstein se topó con la criatura que había creado tras la huida de ésta. Y otro de sus encuentros también tuvo lugar en la pequeña y gélida localidad de Chamonix, a 80 kilómetros de Ginebra y a los pies del Mont Blanc.
Tras su publicación, la novela fue en un principio destrozada por las críticas, pero la idea cuajó: los teatros comenzaron a realizar montajes con la historia de Frankenstein que popularizaron su éxito y en 1910 se filmó la primera película muda sobre la historia. La famosa imagen del monstruo fue creada en 1931 por el cineasta James Whale con el actor británico Boris Karloff como protagonista. Al parecer, se inspiró en un cuadro de 1799 de Francisco de Goya, según documenta Axelrod.