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“El Sombrerón”: la leyenda del hombre que no olvida a las mujeres que ha amado

Una de las leyendas más populares de Guatemala es la de “El Sombrerón”, un relato que forma parte del imaginario colectivo del país.

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El Sombrerón es una de las leyendas de Guatemala más reconocidas en nuestro país. (Ilustración Prensa Libre: Marvin Olivares)

El sombrero de ala ancha, las botas de tacón y el cinturón brillante caracterizan a El Sombrerón, el hombre que persigue a mujeres de cabellera larga y ojos grandes.

Conocido también como Tzipitío, Tzipe, Duende o Tzitzimite, se dice que su estatura es tan baja que no excede el tamaño de un dedo de la mano.

A este enigmático personaje, portador de un sombrero enorme y una guitarra, le agrada hacer nudos pequeñitos en la cola y las crines de los caballos.

“Molesta y persigue a las mujeres de pelo largo y ojos grandes. Las sigue y les aparece en las noches. Les enreda el pelo, les baila y les canta acompañado de su guitarra de cajeta”, cuenta la leyenda.

Según la tradición oral, echa tierra en el plato de comida de las mujeres, por lo que estas enflaquecen, ya que no les permite ni comer ni dormir. Si el amor es correspondido, la amada puede enfermar o morir. Suele divertirse espantando y persiguiendo a las mujeres que ama.

Las tristezas de El Sombrerón

En las narraciones del historiador Celso Lara Figueroa se cuenta que, cuando eran las 20 horas, se escuchaba el paso pausado de un patacho de mulas. Acto seguido, aparecía la figura diminuta de un carbonero que parecía provenir del interior de Guatemala.

“Portaba un cinturón brillante y botines de charol con espuelas plateadas que brillaban en la oscuridad. Al hombro, una guitarra de cajeta y, sobre su cabeza, un enorme sombrero de ala ancha que casi lo ocultaba por completo”, dice el relato.

Cuando pasaba, el ladrido de los perros se transformaba en llanto. En la esquina del Callejón del Brillante, se dirigía hacia el barrio de la Candelaria, cruzaba por la Calle de la Amargura y se detenía frente a un antiguo palomar, donde cantaba con emoción bajo una puerta durante toda la noche.

Cuenta la leyenda que las serenatas eran para Nina Candiales, una bella joven de ojos gris verdoso y cabello largo color miel. Era hija de la señora Rosario Candiales, quien deseaba que su hija se casara con un joven de buena familia.

“A Nina la conmovía el canto de su pretendiente, pues se lo imaginaba gallardo y apuesto. Las serenatas continuaron por varias noches hasta que lo dejó entrar a su casa. Una vecina vigiló desde su ventana hasta que por fin vio cuando El Sombrerón entró por la de Rosario Candiales”, prosigue el relato.

Para entonces, la joven lucía desmejorada. Su madre la internó en el convento de Santa Catarina. El Sombrerón notó su ausencia y marchó hacia el convento, donde la joven aún escuchaba el taconeo de los zapatitos y la voz melodiosa que le cantaba.

La vida de Nina se apagó una noche de noviembre, durante la celebración de Santa Cecilia. Fue velada en su casa, rodeada de familiares y amistades. A las 20 horas se escuchó el triste cantar de El Sombrerón, una voz que estremecía el alma con cada nota.

Al día siguiente, apareció un rosario de lágrimas a lo largo de las calles del barrio, que resbalaban hasta los barrancos de la ciudad. Desde entonces, cada noche aparecen en el cementerio cuatro mulas cargadas con redes de carbón. Al amanecer, sobre la tumba de Nina Candiales se observa una rosa silvestre cubierta de gotas de rocío: las lágrimas de El Sombrerón, quien —aseguran— nunca olvida a las mujeres que ha amado.

El Sombrerón, una leyenda de "un hombrecito pequeño, vestido de negro, con un gran cinturón. Tiene un sombrero pequeño de color negro y unas botas con tacones que hacen ruido”. 
También le agrada perseguir y molestar a las mujeres de pelo largo y ojos grandes. Cuando le gusta alguna muchacha, no la deja ni a sol ni a sombra: se le aparece en las noches cuando está dormida, y después de haberle enredado el pelo, le baila y le canta con su guitarra. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)
El Sombrerón, una leyenda de "un hombrecito pequeño, vestido de negro, con un gran cinturón. Este relato ha pasado de generación en generación en nuestro país. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)

Símbolo de la cultura guatemalteca

El historiador Aníbal Chajón comenta que las personas explican algunos fenómenos a través de interpretaciones culturales que se transmiten a la juventud con el paso del tiempo. “El Sombrerón es un personaje interesante porque representa y aconseja seguir las pautas de la moral católica, que impera desde hace siglos”, agrega.

Chajón y el historiador Fernando Urquizú destacan que este relato oral nace en una época en la cual imperaba una moral católica mucho más rígida que la actual, un periodo que se extiende hasta mediados del siglo XX.

En ese contexto, El Sombrerón es un personaje que se les aparece a las mujeres que se peinan en la ventana, de modo que él —y otras personas— puede verlas. Según los historiadores, en esa época esto se consideraba una falta de recato.

Elementos simbólicos de la leyenda

De acuerdo con Chajón, el hecho de que el rostro del personaje no sea visible se asocia con la figura del maligno, quien en este caso se gana el alma de las muchachas que se peinan por la ventana. Además, destaca elementos simbólicos como la vihuela —instrumento que antecede a la guitarra—, central en el relato, ya que se asocia con lo pecaminoso.

Urquizú señala que se trata de una figura que representaba una lección moral clara: impedir que las damas criollas se fijaran en “cualquier” caballero. Así, se convierte en un personaje importante en la cultura hispánica de Guatemala y de otros países.

Según el historiador, el personaje mítico surgió en una época en la que los españoles peninsulares buscaban contraer matrimonio con mujeres en Guatemala para asegurar una buena posición económica y social que no tenían en su país de origen.

Por otro lado, el hecho de que siempre estuviera acompañado de mulas que transportaban carbón alude, según Chajón, a la población mulata o mestiza durante la época colonial. Además, destaca que los ejecutores de la vihuela eran precisamente mestizos y mulatos, lo cual refuerza la idea de que, en aquel tiempo, las damas no debían fijarse en “cualquier caballero”.

Pese a la llegada del cine y otros formatos más contemporáneos, esta leyenda permanece vigente en el imaginario colectivo de Guatemala, según estiman historiadores.

(Con información hemerográfica de Prensa Libre)

ESCRITO POR:

María Alejandra Guzmán

María Alejandra Guzmán

Periodista y redactora con experiencia en tendencias digitales relacionadas con arte, cultura, salud, tecnología, bienestar y otras temáticas similares.