Los caballos evolucionaron. Sí, así como aquellos prehistóricos que tenían tamaño de gatos, el proceso creativo les fue haciendo patas galopantes al ritmo de un círculo, con tanta insistencia que al final se volvieron ruedas.
¿Dije gatos? Si alguna otra criatura era insistente en los dibujos de Magda, eran los felinos de sonrisa picarona. Los había también serios y circunspectos.
Ella jugó con sus bigotes hasta volverlos puntos de fuga; les proveyó de visión infrarroja, para que la gente pudiera ver dentro de ella, que era una caja de secretos… o más bien de revelaciones.
Respondía a las preguntas tontas del reportero principiante con la paciencia de quien también se hace preguntas sin respuesta. ¿Y por qué dibuja así a los caballos? ¿Y por qué gatos? ¿Y porqué tan rápido?
“Antes dibujaba en cualquier papelito. Pero ahora, aunque sea solo una idea, la hago sobre un buen papel. Porque guardo esos dibujos para que la idea madure, como para trabajarla más. Y pasa que tras un tiempo, me doy cuenta de que ya estaban terminados”, decía con esa voz suave que parecía el rubor difuminado que solía ponerle a sus muñecas de caprichosos cabellos que no eran sino los retratos de sus instantes.
En aquel entonces incursionaba en la escultura: hacía unas alas de piedra que volaban junto al pocillo de café mientras duraba la entrevista. Era 1999 y fue sorprendente (y a la vez no, en este país) enterarme de que nunca se había hecho una exposición retrospectiva de su obra, pese a que había expuesto en Italia, Francia, Chile, China, EE. UU. y que pertenecía a una generación de maestros. Ahora que la Fundación G&T edita un volumen con sus ensueños, creo que quizá se le ha hecho “algo” de justicia.