Pero ¿de dónde viene un artista que luce como bien logrado y con trabajos llevados a un nivel de ejecución meditado y esmerado? José Toledo, primero que todo, ha estado relacionado en los últimos años con artistas de altos vuelos entre los que destaca Efraín Recinos. Segundo, además de ser mecenas de las artes, ha configurado con buen criterio una colección que puede entenderse como relevante para el entendimiento del arte del país. Tercero, ha acompañado el proceso de evolución de los proyectos artísticos de Casa Santo Domingo en que ha tenido contacto con artistas emergentes y consolidados pudiendo apreciar procesos y desenlaces. Todo esto, a la par de un estudio formal y continuado de la historia del arte universal necesariamente le ha llevado, luego de un proceso lógico, a poseer la formación necesaria para proponer sus propias creaciones.
A lo artístico hay que sumar lo extra artístico. Toledo es un exitoso empresario que maneja medios relacionados, hoy, directamente con sus producciones. El taller automotriz que regenta es clara fuente de materiales que ha sabido aprovechar como repertorio para sus piezas. Este, al igual que con la escultura, es un medio en el que se maneja con soltura y comodidad. Tomando como fundamento una serie de elementos que en la década de 1960 hubieran sido calificados como para “arte povera”, debido a la dignificación de ciertos desechos, aprovecha sus diseños que fácilmente integra a sus conjuntos visuales.
Hay algo más. Su interés por la naturaleza, la flora y la fauna, tampoco son fortuitos. Su cercanía al Zoológico la Aurora, sumado a su esfuerzo por dignificar la vida de los animales en cautiverio, le ha llevado a tener un contacto de primera mano con el reino animal. Desde esa perspectiva es más que comprensible que gran parte de la colección esté dedicada a recrear distintos tipos de animales.
Fuentes de inspiración, por lo tanto, es claro que le sobran. También es visible que ha sabido aprovecharlas sin perder de vista quién es él y por qué las está desarrollando. Pero ahora hay que ir a los resultados y verlos con ojos guiados más por sus aportes que por las envidias que pudo haber despertado con una muestra tan notoria. Porque si algo llama la atención, con las piezas a la vista, en el revuelo que ha despertado entre defensores y detractores del trabajo —principalmente algunos artistas que, sin ser verdaderamente escultores, han vertido pensamientos poco juiciosos respecto de su labor—.
Tiene parte II.