En una gran finca —en otras partes hacienda— en las cercanías de un pueblo cuyo nombre omitía mencionar mi progenitor, vivían el dueño de esta y su familia. El dicho finquero, acaudalado y con pésimos hábitos, bebía con frecuencia más “tanguarnices”, o “tapis”, (tragos de alcohol) de los debidos. No lo hacía en la casa patronal para no enojar a la esposa, mas tenía la costumbre de ir de cantina en cantina, camino del pueblo, tomando en unas licores fuertes, de marca, y en otras puro “guaro” —aguardiente destilado, por lo general de contrabando—. Para esas escapadas montaba siempre al mismo caballo, su favorito. Como a todo buen “bolo”, el noble bruto lo regresaba siempre a la casa, y el señor se balanceaba de uno a otro lado, pero nunca caía. —En verdad, no sé por qué no se caen los ebrios del caballo, y eso lo he visto no pocas veces, pues he recorrido muchos caminos rurales en mi vida—.
En una ocasión en que necesitaba ir al pueblo, la esposa le “emprestó” —verbo que aún se usa en el campo por pedir prestado— al animal. El finquero que aún no se recobraba de la “soca, juma, cachimba, zumba, riata, matraca” y demás localismos usados aquí por “borrachera” y estaba con una “goma, cruda, pálida” —en otras partes “resaca”—, digna del récord de Guinness, sin pensar en las consecuencias se lo prestó. La consorte, buena amazona —”jineta” es americanismo y montar a la jineta es otra cosa—, emprendió el viaje en el hermoso corcel de casta andaluza, y cuál no sería su sorpresa cuando al encontrar la primera cantina en el camino, este se detuvo y no quiso avanzar un paso más. Logró por fin la buena señora, con ayuda, echar a andar al animal, y en cuanta cantina encontraron, vuelta a la misma historia.
Decidió entonces la cónyuge —el término se pronuncia con ge fuerte, igual que “general”, y no se escribe “cónyugue” como lo he leído últimamente— darle una lección al marido: tomó más “fresco” —trago— de la cuenta y regresó”alegrita” —bebida— a su casa. Además ordenó que el animal comiera solo maíz. El resultado fue que cuando tiempo después el finquero lo montó, voló por los aires, quedó paticojo, y desde entonces se volvió”bolo de armario”. La moraleja es que hay que mantener el equilibrio, y no solo en el caballo.