Si cuando muera no tengo el documento y la prórroga ha finalizado, seré enterrada como XX, pues mi cédula ya no valdrá. Tendré un epitafio que rece: “Aquí yace doña nadie / que murió sin DPI”. Tampoco, mientras viva, podré hacer transacciones o contratos en que se requiera mi identificación. Lo repito: seré nadie, no existiré, y en mi caso se encuentran miles de personas cuyas partidas de nacimiento se perdieron en la guerra o simplemente por ineptitud. Hago constar que tengo todos mis papeles en orden y no me explico el porqué del retraso. Supongo que será por algún error, como el que habían cometido al principio cuando escribieron “sesión de órganos” en la tarjeta, pues los órganos no son personas que sesionen. Ocasionalmente se pueden ceder, y se donan si están en buenas condiciones, para ser usados después de que uno ha muerto.
Un escritor con firma en sus novelas publicadas pasa por grandes aprietos: perdieron en la Municipalidad de Guatemala su partida de nacimiento. Puede dar fe de su existencia por su nombre escrito en sus libros y en artículos que ha publicado, pero ¿de qué sirve eso ante la insistencia de la empleada bancaria que obligadamente deberá verificar si el cheque que se extendió es en realidad de uno? Y no lo autorizará si no tiene el número del documento inexistente. ¿Qué haremos todas las personas que vamos de Herodes a Pilatos y no logramos solucionar nuestros problemas, no por incuria nuestra, sino del RENAP?