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Una obra que cumple una tradición que la autora de La casa de los espíritus ha seguido con pocas excepciones, la de publicar una vez al año, y que en sus páginas atesora principios que la han acompañado toda su vida: resiliencia al dolor, apego a la esperanza, la alegría de vivir y la capacidad de reinvertarse.
Ello a través de tres personajes: una periodista, un profesor universitario y una guatemalteca indocumentada que en medio de una gran tormenta de nieve en Nueva York descubren su fuerza interior y el verano invencible que llevan en el alma.
Isabel Allende comenzó a publicar en 1974, primero textos infantiles (La abuela Panchita, Lauchas y lauchones, ratas y ratones), y luego un par de recopilaciones de crónicas feministas que aparecían en la revista Paula.
Un feminismo militante que hoy ejerce exhortando al Gobierno chileno a aprobar la despenalización del aborto, apoyando las causas de las minorías sexuales o condenando la violencia machista.
En 1982, ya en el exilio, apareció La casa de los espíritus, que abre su producción de novelas y es tal vez su obra más icónica, aunque subraya que todas han dejado huella en su vida, pero ninguna como Paula (1994).
Se trata de una narración autobiográfica sobre la enfermedad y muerte de su hija, cuyo desenlace la hizo sentirse fracasada como madre por no haber podido protegerla.
Paula padecía porfiria, que es una enfermedad metabólica, habitualmente hereditaria, causada por deficiencias de las enzimas que intervienen en la biosíntesis del grupo hemo, que es un componente de la hemoglobina, a su vez parte esencial de los glóbulos rojos de la sangre.
Ganadora de numerosos galardones, entre ellos el Premio Nacional de Literatura de Chile (2010), y con más de 67 millones de ejemplares vendidos a lo largo y ancho del mundo, Isabel Allende ha debido afrontar además una crítica poco amable, que la ha catalogado como escritora comercial, productora de ‘subliteratura’ o una imitadora de Gabriel García Márquez.
Algunas opiniones han sido lapidarias, como la de Roberto Bolaño: “Me parece una mala escritora, simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea una escritora, es una ‘escribidora'”, opinó el fallecido autor de Los Detectives Salvajes.
La resiliencia ante la adversidad le ha ayudado a Isabel Allende a soportar y superar no sólo esas opiniones sino muchas situaciones que no han impedido que llegue a los 75 años adornando sus autógrafos con una margarita o izando la alegría como estandarte.