Escenario

La Guatemala del pasado en los trazos de Carmen L. Pettersen

Un libro biográfico de la artista detalla la evolución natural y micro-social de la bocacosta guatemalteca durante el siglo XX.

El vasto detalle en las acuarelas sobre la bocacosta que retrató Pettersen generó atención en Guatemala luego de las primeras exposiciones de la artista. (Foto Prensa Libre: Cortesía Nikki Bahr)

El vasto detalle en las acuarelas sobre la bocacosta que retrató Pettersen generó atención en Guatemala luego de las primeras exposiciones de la artista. (Foto Prensa Libre: Cortesía Nikki Bahr)

En los últimos cien años, el nombre de Carmen L. Pettersen ha resonado en pequeños, pero comprometidos círculos intelectuales y artísticos de Guatemala.

Esa resonancia podría deberse a varios méritos. Uno de ellos, quizá el más vistoso, ocurrió en 1978 cuando Pettersen fue reconocida por el Gobierno con la Orden del Quetzal luego de haber publicado el libro Maya de Guatemala. En él plasmó una extensa serie de pinturas con acuarela donde registró escenas de personas indígenas portando la indumentaria propia de su comunidad sociolingüística.

Otra de sus huellas en la historia nacional quedó fundada hace exactamente un siglo, cuando en 1923, siendo encargada del cuidado doméstico de la finca de su esposo en Escuintla, se convirtió en una de las primeras mujeres en exponer dentro de la Academia de Bellas Artes de la capital.  

Las obras de Pettersen emergían de su visión frente al entorno sociocultural y natural que le rodeaba y eran manifestadas sobre lienzos de tela que cuidadosamente transformaba con imágenes que pintaba con acuarela, situada “en vivo” frente a la naturaleza, las personas u los objetos.

Gran parte de su mirada fue vertida en cuadros, ilustraciones y pequeños bocetos que la realizadora propuso desde su estancia en la bocacosta guatemalteca, específicamente en la Finca El Zapote, a unos escasos kilómetros del Volcán de Fuego, donde vivió junto a su camada familiar que inició con su esposo, el terrateniente inglés Leif Lind Pettersen.

Llegado 2023, el mito de esta artista es revelado en Carmen L. Pettersen, Vida, obra y pasión: un libro que ha empezado a circular luego de la investigación publicada por la Fundación Carmen Lind Pettersen en la que se conglomera una biografía de la acuarelista, un análisis de su obra y varios diálogos alrededor de los archivos que generó Pettersen debido a su interés y vínculo con la vasta cultura identitaria y botánica de Guatemala.

El libro, que puede obtenerse en el Museo Ixchel del Traje Indígena y la librería Sophos por Q.780, ofrece una mirada minuciosa y profunda en la noción del paisaje local.

La artista y su libro

Carmen Dorothy Gehrke de Maria y Campos nació en la ciudad de Guatemala de 1900, pero a los cuatro años su familia viajó a Londres, Inglaterra para establecerse allá. A los 15 años, Carmen completó sus estudios en The Royal Drawing Society, y a los 17 ingresó a la Polytechnic Art School de Regent Street. En ambas instituciones perfeccionó sus trazos y se sumergió en el mundo del acuarelismo.

En 1923 regresó a su natal Guatemala para establecerse, y donde comenzó a trabajar una serie de pinturas de naturaleza que expuso por en la Academia de Bellas Artes, siendo esta su primera exposición, así como una de las primeras individuales de una mujer en la institución.

Según explica la curadora e investigadora Rosina Cazali en el libro Carmen L. Pettersen, Vida, obra y pasión, durante aquella época la pintura de paisaje llegó a ocupar un lugar preponderante, y llegó a construirse como la máxima representación de la nacionalidad y la celebración de las “bondades del entorno natural, el trópico y sus recursos agrícolas”.

A lo largo de 225 páginas, Carmen L. Pettersen, Vida, obra y pasión, cuenta el pulso de una artista que vivió gran parte de su vida fuera de la urbanidad y que, a la vez, permitió reflexionar sobre la importancia del contexto de la Costa Sur.

Portada del libro que celebra el mundo artístico de Carmen L. Pettersen. (Foto Prensa Libre: Cortesía Nikki Bahr)

Nikki Bahr, bisnieta de la acuarelista y presidenta de la Fundación Carmen Lind Pettersen, comenta que Pettersen “realiza un aporte cultural importante que se debe rescatar dadas a las lupas y apreciaciones culturales sobre qué es el país y quiénes somos”. Según apunta Bahr, mucha de la obra tiene un valor botánico en cuanto al registro de varias especies que brotan del país desde hace siglos.

Es así como a lo largo de sus obras, Carmen muestra escenas agrícolas donde también destacan las formas y características de matilisguates, flamboyanes, lagerstroemias, cicas, conacastes, caimitos, ceibas, aguacates, amates, papayas, matapalos, helechos, monsteras, palmas, bambúes, entre otras especies.

 El libro Carmen L. Pettersen, Vida, obra y pasión además de presentar más de 60 obras originales de la acuarelista, cuenta con un análisis de la mirada artística de Pettersen desarrollado por la historiadora de arte Katherine Manthorne, una entrevista hecha por Christa Bollmann a Violeta Gutiérrez, curadora del Museo Ixchel, y a Rosario Miralbés, etnógrafa y especialista en textiles de Guatemala, así como despliega una biografía de Carmen propuesta por la investigadora Rosina Cazali.

Memoria natural y cultural

Sobre la historia de la artista, Cazali apunta que, a pesar de vivir en una zona rural, su obra reflejaba un vínculo con el momento político que atravesaba Guatemala. Esto puede verse en las escenas donde aparecen dinámicas de trabajo agrícola, así como toman protagonismo imágenes de talas de árboles, por ejemplo.  

A pesar de ser lo común que eran estas prácticas en aquella época, el lenguaje creativo de Carmen asomaba una poética cotidiana. “Era una documentalista y preciosista. Tenía un ojo analítico que le permitía ver el paisaje como tal. No usaba fotografías. Se tomaba el tiempo de observar”, agrega Rosina.

Retrato de Carmen L. Pettersen en el jardín de la Finca El Zapote, ubicada en Escuintla. (Foto Prensa Libre: Cortesía Nikki Bahr)

Según anota la curadora, estas exploraciones facultaron que Pettersen llegara a un circuito artístico limitado y urbano en el que llamaba la atención por el retrato agreste del sur.

Por otro lado, sus obras destacaban por la minuciosa forma de situar las tonalidades. Cazali explica que durante la investigación alrededor de la obra de Carmen L. Pettersen, se descubrió que la artista utilizaba una paleta de colores con tonos específicos para cada una de las especies y elementos que documentaba.

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