Cultura
|Suscriptores
Mónica Sarmientos: un talento artístico desde la cuna
La artista guatemalteca ha destacado a nivel nacional e internacional, y llena el escenario con sus múltiples talentos.
Por más de tres décadas, Mónica Sarmientos ha destacado en la Orquesta Sinfónica Nacional. Entre los maestros con quienes recibió cursos, talleres, clases magistrales de violín y música de cámara se encuentran Frank Preuss, Elizabeth Adkins —asistente de concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington—, Francisco Figueroa, Walter Field y Alberto Lissy, entre otros.. (Foto Prensa Libre: OSN)
Su familia está ligada a la música. La influencia de su padre, el recordado Jorge Sarmientos, la inspiró a ella y sus hermanos a seguir sus pasos.
Mónica Sarmientos Roldán, desde su niñez, aprendió sus primeros acordes musicales en guitarra en casa y se ha desarrollado en el mundo musical, llegando a ser parte de la Sinfónica Nacional de Guatemala (OSNG) e invitada a proyectos musicales en diferentes países, pero también a transformarse en los escenarios a través del teatro.
Desde hace 30 años ha actuado en más de 25 obras teatrales, entre las que destacan La epopeya de las Indias Españolas, Chicharrón con yuca, Guatemala en pelota, No, gracias Mr. Trump, Se nos va la orquesta —escrita, producida y dirigida por ella— y otras.
¿Desde su niñez comenzó su amor por la música?
Empecé en el piano, pero lo dejé porque mi profesor llegaba en el momento que daban El Zorro. Aunque me gusta escuchar el piano, no me gustaba estudiarlo.
A los 5 años tocaba melodías en ese instrumento, y me llevaron a la televisión. A los 8 años, mi papá me preguntó si quería estudiar violín.
Enrique Raudales fue mi primer maestro, pasando al año siguiente bajo la tutela del maestro José Luis Abelar —concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala durante más de 45 años—, hasta mi graduación como bachiller en Arte Especializado en Violín, del Conservatorio Nacional de Música “Germán Alcántara”, en 1990. Mi papá, en ese entonces, logró abrir la Escuela Nacional de Arte, un sueño que tuvo desde los ochenta. La primera promoción, para ingresar, debía tener mínimo 20 años de experiencia.
Ha estado por muchos años como violín en la Sinfónica Nacional de Guatemala. ¿Qué ha significado y cómo ha sido la evolución de la participación de la mujer en ese espacio?
Gané la plaza por oposición el 1 de julio de 1990 y tomé posesión en 1991. Llevo 33 años en la orquesta. Cuando entré, era la segunda mujer, Floridalma Robles y yo. Estuvieron otras antes, pero ya estaban jubiladas. Con el paso de los años se integraron más y más mujeres. Es bastante el cambio, y ahora somos cerca de 20.
¿Cómo descubre su vocación por el teatro?
Nunca estudié teatro ni tomé talleres. Me encantaba el teatro y compartía con mi mamá el ir a ver diferentes obras. Jamás se me cruzó por la mente actuar. Conocí a Jorge Ramírez en 1987. Fue en una fiesta, y él me invitó a participar en un festival de estudiantinas, y en 1990 me invitó a participar en la Epopeya de las Indias Españolas. Esta obra se convirtió en un parteaguas en el teatro guatemalteco. Aprendí teatro con las personas con las que he trabajado, como Ángelo Medina, Otto Fernández, Joam Solo, Guillermo Rodríguez Valenzuela y Salomón Gómez, entre otros. Un honor trabajar con ellos y con quienes he formado una gran amistad.
En el 2020, presentamos por última vez la Epopeya. Nos han preguntado cuándo la presentaremos de nuevo, pero es una obra que no se volverá a presentar. Cumplimos un ciclo de 33 años en el escenario. También me llamaron de televisión y radio para hacer shows cómicos. Ya no era solo la hija del maestro Sarmientos, sino llegue a tener mi propio nombre. A la fecha, he presentado más de 30 obras. Gran parte de estas obras se han enfocado en la comedia y la crítica social.
Jorge Ramírez toma temas sociopolíticos, sociales, económicos. El año pasado, por primera vez, presentamos una temática diferente con el Eclipse de las mujeres, y que trata más de un tema de fantasía.
¿Cuáles considera que son los momentos que le han hecho crecer más?
Algo que me impactó fue que, en 1987 y 1988 participé, en Puerto Rico, en dos clases del violonchelista Mstislav Rostropóvich. Vino 10 años después a Guatemala y me reconoció. No lo creía. Él miraba a millones de personas cada año.
En cuestión de aprendizaje, cada viaje que tuve fue una experiencia bonita. Durante algunos meses me contrató la Filarmónica de Bogotá, y ahí recibí clases con el maestro Frank Preuss, violinista alemán, radicado en Colombia. Sus padres llegaron ahí después de la Segunda Guerra Mundial. Preuss venía mucho a Guatemala y era amigo de mi papá. Ser su alumna fue una experiencia grandiosa. También conocí a otros artistas y gente, como escultores, pintores y otros que eran amigos de mi papá. Fue normal para mí crecer en el mundo artístico.
También admiré mucho a mi papá. Verlo dirigir era fuera de serie. Uno de los momentos más impresionantes que recuerdo fue cuando vi y escuché los aplausos, la ovación que recibió en los Campos Elíseos, Francia, con su obra Ofrenda y gratitud, inspirada en el terremoto de 1976.
¿Cómo le gustaría ver el arte en Guatemala?
Aquí, en vez de evolucionar, vamos para atrás. La música en el mundo en general se ha degenerado. Los jóvenes, al no tener una buena educación musical, con maestros capacitados, lo primero que hacen es caer en lo comercial. Me enferma que alguien no sepa quién es Beethoven, pero sí Bad Bunny. Me encantaría que existieran más movimientos musicales. Ser músico lleva su tiempo y no se aprende en un tutorial de YouTube.
La educación y la cultura aquí pasan de largo, pero no perdemos la esperanza.
¿Qué viene en la vida de Mónica Sarmientos?
Vivo el día a día. Por ahora, espero octubre para operarme el brazo. Tengo el manguito rotador —parte de la articulación del hombro— roto y he pasado dos años tocando con un dolor terrible. Así que espero, con la operación y la fisioterapia, regresar a tocar sin dolor y seguir en el teatro. A mí me gustaría volver a montar Se nos va la orquesta. Por ahora, mi enfoque es cuidar mi salud.