Escenario

Tres puntos: Daniel Schafer, otra vez

En él la diplomacia ?a la guatemalteca? no cabe bajo ninguna circunstancia

En junio del presente año salió publicada en este espacio una columna relativa a la labor de este singular hombre.

El artículo, motivado por circunstancias muy diferentes como lo fue su exposición serigráfica en el IGA, tomó otro rumbo pues los proyectos expresivos de Daniel Schafer han sido truncados debido a un tumor cerebral que le va ganando la vida. Médicamente no hay nada qué hacer.

¿Cuál es el encanto de un hombre que durante su vida no hizo más que enfrentarse a los estatutos sociales? ¿Cómo su crítica, algunas veces ácida, se convirtió en el balance que ha empujado a meditar otras realidades del hecho artístico del presente?

Su voz, aunque habrá más de alguno que no quiera admitirlo, tiene mucho que ver en el desarrollo de conceptos museográficos y ?curatoriales? que se practican en exposiciones y subastas.

Para Schafer, decir la verdad desde su propia perspectiva no es ofensivo (aunque para muchos, por supuesto lo sea). En él la diplomacia ?a la guatemalteca? no cabe bajo ninguna circunstancia.

A pesar de su manera abierta, para nada zalamera, desde la primera mitad de la década del noventa ha ido ganando adeptos entre los artistas emergentes y a la vez ha reclutado discípulos entre los ya consolidados que buscan revitalizar su expresión.

Danny, en pocas palabras, ha vivido hasta cierto punto fuera del sistema. Esta actitud, nociva para la aceptación de otros en sociedad, ha constituido uno de sus principales encantos.

En su labor de maestro ha sido calificado como fuera de lo común por el contenido irreverente de su discurso y por lo mismo no cupo en las pocas instituciones que lo convocaron. Es así como sus energías fueron canalizadas en la docencia particular, que ha ejercido disciplinadamente primero en su casa y más adelante en su taller ?DS2?.

Como artista Daniel Schafer ha explorado durante décadas la distribución matemática de las formas sobre áreas determinadas. Su trabajo refleja un sentimiento de ordenada armonía que ha sido conjugada junto a la elaboración de diseños que parten de composiciones geométricas, genéricas, que reagrupa de múltiples modos hasta que adquieren la dimensión plástica deseada por él. Aunque en sus primeros trabajos expuestos el color no aparecía como elemento significativo, en el presente ha explorado con el café claro.

El ingenio, pese a lo avanzado de su enfermedad no se apaga. La chispa en sus ojos está ahí y reaparece a intervalos variables para hablar con los amigos que lo rodean y para celebrar el amor que le prodigan su hija adoptiva, María Eugenia Díaz y Mariza de Díaz, quienes se han hecho de su cuidado.

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