Hay que recordar que aquella noche hacía mucho frío y que desde donde salía esa especie de vaho era de un sepulcro inferior. Era poco probable, por tanto, que retuviera las bondades del sol vespertino (si es que los árboles dejaron que sus rayos pasaran entre las nutridas ramas).
La tercera experiencia fue en una extensa área en la que se percibía calor —una manzana más o menos—. Para la hora, la época del año y el estado del clima general, se podría anotar que hacía hasta un poco de bochorno. Fuera de ese sector, ya lo he anotado, hacía un frío implacable. Algo interesante: todos sentimos ese efecto climático y uno solo de nosotros vio algo —Anabella de León percibió luces fugaces pequeñas y escuchó ruidos extraños como martilleos. Además, fue presa de dolores muy fuertes en las piernas—. Hay que saber que en ese momento los productores nos dejaron distribuidos y en completa soledad, en distintos recintos del cementerio. La diputada y yo nos quedamos allí en donde ni soplaba el aire… ella, a varios metros de mi persona, en donde no podía verla.
La penúltima presencia fue auditiva y sólo yo la experimenté. Escuché a dos mujeres susurrando —no llegué a entender de qué estaban hablando y no me pareció que estuvieran rezando, pero sí diciendo palabras repetidamente—. Finalmente me quedé sin energía y terminé durmiendo a los pies del fastuoso mausoleo egipcio de los Castillo (era el único que tenía la entrada barrida). El resto ya se transmitió o va a salir en el programa de televisión el día miércoles.
Más allá de la visita, que fue una extraordinaria vivencia, creo que hay otros puntos que resaltar. Por ejemplo, un grupo de personas que ha leído esta serie de columnas me manifestó el interés en promover la iniciativa de que el camposanto pase a manos de la Municipalidad. Que cómo podían interesar a Álvaro Arzú —quien tiene célebres ancestros enterrados allí— para que se haga cargo del reto. El Ministerio de Salud realmente no se ha esforzado mucho en otros aspectos más allá de su competencia. Hay que recordar que esta ciudad de los muertos no solo es profanada por ladrones de bronce y otro tipo de depredadores. Es una zona roja en donde se asalta impunemente a los visitantes, y esto, en un lugar de reposo y espiritualidad, es inconcebible. También tengo entendido que aún no está declarada como Patrimonio Nacional, y es precisamente en ese recinto en donde se encuentra gran parte de la producción romántica que hay en el país. Los pocos estudios que conozco resaltan la presencia de tallas importadas que calzan la firma de importantes autores, entre ellos, los de Carrier o Mühr y escultores nacionales como Rodríguez Padilla o Yela Günther, entre muchos. ¿Es que también vamos a dejar perder este espacio en manos de la desidia que domina al guatemalteco contemporáneo?