Para Lazo las décadas de 1940 y 1950 albergaron un simbolismo fundamental en el desarrollo del muralismo en México y Guatemala, porque reflejaban un contexto histórico específico, en este caso la revolución.
¿Cómo fue trabajar con Diego Rivera?
Fue magnífico. En la década de 1940 me gané una beca para estudiar en México. El maestro Julio Urruela fue uno de los primeros que me adentraron en el arte. Al irme a México me involucré con el muralismo gracias al maestro Rivera, quien me permitió ser su ayudante en muchas de sus obras. De él aprendí la técnica y la historia del muralismo.
Y pintó el mural Tierra fértil, que ahora está en el Musac…
Pinté el mural para el Instituto Italiano en 1954. A los años, como parte del mantenimiento lo iban a cubrir de pintura vinílica, entonces autoricé que la Usac se encargara de su rescate y luego lo doné al museo de la Usac —Musac—.
Usted se fue de Guatemala en la década de 1940, ¿cómo fue ese cambio en su vida?
Muchos me recomendaron salir del país, que asistiera a la Escuela Esmerada, sitio en el cual Diego Rivera había impartido clases. Gracias a unos amigos logré ser una de sus ayudantes y con el tiempo él me tomó confianza, tanto así que permitió que pintara muchas de las obras que a él le habían encargado.
Años después regresó a Guatemala, ¿qué encontró?
La revolución tenía sus primeros brillos. Regresé al país para fundar junto a Luis Cardoza y Aragón la Casa de la Cultura. Era una época revolucionaria con muchas propuestas. Éramos un referente como país. Ernesto El Ché Guevara nos visitó para conocer qué estábamos haciendo y observó que los logros revolucionarios que alcanzamos necesitaban mucho esfuerzo.
¿Qué sucedió con la caída de la revolución?
Fue una tristeza para todo el mundo intelectual. Todos los logros alcanzados fueron minimizados y muchos tuvimos que salir del país. Fue muy lamentable.