El dolor aquí se destila como un ajenjo que nadie quiere tomar. Tal vez los guardias penitenciarios que vigilan a un reo ya estén acostumbrados a ver pasar camillas, entablillados, brazos atornillados con tutores inmisericordes pero necesarios.
Los jóvenes practicantes bajan por las rampas conversando, los familiares que llegan tarde van apurados con el deseo de estar al menos 10 minutos con el tío, la prima, el papá operado.
Por supuesto que al entrar nos recibieron con un abrazo: un par de guardias revisan con diligencia a los primeros de la fila, pero como esta es una serpiente que llega hasta la esquina, ya a los últimos solo les pasan las manos en el aire por la cintura, como si estas tuvieran detectores de metales.