“…Que en dicha torre estuviesen doce soldados de los 60 que se pusieron en Puerto de Caballos —ahora Honduras—, con dos piezas de artillería que se quitaron al corsario —francés— Xeremías el año pasado…”, añade.
Aquella torre iba a ser, con el tiempo, y después de mil vicisitudes, las bases del Castillo San Felipe del Golfo Dulce —bautizado así por Hernán Cortés, en 1525—, que supo guardar y defender el camino por el Río Dulce, explica el arquitecto Francisco Ferrús Roig, en su obra El Castillo de San Felipe del Golfo Dulce, años 1651-1700.
En sus comienzos, se trataba de una construcción redonda, de unos 10 metros de diámetro, cubierta de palma, con parapetos de tablas, lo que la hacía vulnerable que de un disparo se incendiara. Tenía desperfectos en su construcción: poca profundidad de cimientos, insuficiente altura de muros y defectos técnicos militares.
Pese a la deficiencia de la fortificación proporcionó gran defensa, la mayoría de las veces no real, pero impidió que al oír su nombre los piratas desistieran de penetrar por el Río Dulce, y adentrarse en las ricas provincias de Chiquimula, Zacapa Verapaz y llegar hasta la capital, expone Mariana Rodríguez del Valle, en su libro El Castillo de San Felipe del Golfo Dulce.
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