Escuché el sábado algunas entrevistas hechas por televisión a varias personas que pasaban frente a su escultura en la Sexta Avenida de la zona uno. Poca gente joven sabía quién era, por eso me gustó el comentario de una señora que dijo que en Guatemala, lamentablemente, se daban a conocer valores del extranjero, pero poco de los propios. Y Tasso era un gran valor nuestro, tan nuestro como el fiambre, los barriletes gigantes y los paches quetzaltecos. Tanto como la Luna de Xelajú, El ferrocarril de los Altos y Chichicastenango, inolvidables canciones, como los templos que se alzan casi tocando el cielo en Tikal, y el Lago de Atitlán.
Quiso a Guatemala con un amor profundo, y esparció conocimientos y cultura por doquier, a pesar de que no trabajaba poco: La Embajada de Francia y la Alianza Francesa, donde promovió actos, exposiciones y demás expresiones de arte le ocupaban no poco de su tiempo. Siempre lo recuerdo, parado al lado de don Luis Morales Chúa, cuando llegué un tanto retrasada por el tránsito vehicular a la presentación de mi libro Poesías de María del Rosario Molina, en el año 2005. Me dijo, más o menos, con cierto acento francés, que nunca perdió: “Llega usted un poco tarde Tacitía, pero se le perdona, porque es ‘la cara alegre de la gramática'”. Jamás olvidé esas palabras y traté con empeño de escribir artículos que fueran en verdad una cara alegre, porque la gramática, lo sé, suele ser tediosa cuando se trata de enseñarla en forma doctoral.
Me acuerdo especialmente, del día en que estuvimos compartiendo en la fiesta que daba Ingrid Roldán el día de su graduación universitaria en un conocido hotel, en la misma mesa con ese “enfant terrible” que es Juan Carlos Lemus, y otras personas. En esa ocasión hubo una guerra de “puntadas”, término que en otros lugares significa “que zahiere”, pero aquí, en Cha-pinlandia, es algo que se dice con ingenio. Cuando llegó la hora de retirarse, Juan Carlos le dio “jalón”, porque, igual que mi padre, jamás tuvo automóvil.