A menudo nos encontramos con payasos que deberían dar una comisión de lo que cobran al propio público de la piñata, bautizo o primera comunión.
Con mucha frecuencia, el gracioso Cachorrín, Zipititín, Tartaletito o como se llame, pide voluntarios del público: niños o adultos o ambos.
Ya nos sabemos el desfile inicial que hace llamando a los niños como superhéroes, como artistas o como países en un concurso de belleza. A un pequeñito le dice Spiderman; a auna niña de pelo ondulado, La mujer maravilla, a otro más Ironman y al último, así con un dejo de broma para que todos se rían le dirá el Chapulín Colorado o el Rayo Chapín, para que el público se ría. Después tendrán que bailar o pelear por una silla musical.
Llega el turno de los papás “voluntarios” que deben pasar frente a la concurrencia. Ya sea para otra broma de comparaciones o para un truco de magia que tiene dos o tres risas a costa de la obesidad, la delgadez, el tono de piel o el tipo de cabello.
Cierto es que hay payasos blancos, de humor ingenioso, pero lamentablemente, son contados.