Diciembre. Mes de fiestas, las de Navidad, recién pasadas, y las de Año Nuevo, próximas. En la memoria, las melodías de los valses, el charlestón, los boleros y el tango se mezclan con las del chachachá y el merengue. ¡Al compás de cuántos ritmos ha danzado en los noventa y siete años acumulados en su vida! No es vacía, pero rememora los vestidos que lució en los bailes para despedir al año viejo. Los primeros, de sedas y organzas, en los locos años veinte, con boas de plumas de avestruz, sartas larguísimas de perlas y la boquilla de ?femme fatale? en los labios. Luego, en los treinta, aquella creación de terciopelo de color de coñac, con ribetes de lamé dorado -el ?dernier cri?- que llevaba cuando conoció al que sería el esposo. El desfile de trajes de baile se interrumpe, para dar paso a uno de satén (no satín, que es el nombre de una madera) más blanco que la nieve, con una inmensa cola y un velo de encaje: el de novia.
Años difíciles son los de la segunda guerra mundial, pero las pieles están de moda, y en los clubes donde las fiestas se celebran, las damas elegantes lucen modelos de crepé bordado con lentejuelas y otros abalorios, de muaré y de ?chifón? (tela fina de gasa) y se enfundan en estolas y abrigos de astracán, de zorro, de visón, de marta cebellina, o cibelina. Entonces, piensa la bisabuela, pasaba más finales de año en casa cuidando a las crías que en los festejos. Vuelve a las celebraciones en los años cincuenta, pero ahora ?chaperonea? (americanismo: acompaña a las adolescentes, solas o en pareja, para que observen una conducta apropiada) a las ?niñas?. Son los tiempos de los vestidos de tules, que se llevan con crinolinas (miriñaques) inmensas; las jóvenes parecen flotar entre espumas o entre irisadas nubes. También se usan trajes de raso tallados al cuerpo, que resaltan las figuras esculturales, como la de ella, a pesar de los partos que cuenta en su haber. Fue en esa época cuando aprendió a bailar los ritmos afrocubanos y hasta ensayó algunos pasos de rock y de twist. Luego, las bodas de las hijas… otros trajes níveos… nuevas ilusiones y ¡bendito sea Dios! pañales desechables.
Crecieron los nietos y los acompañó a las fiestas, aunque en su guardarropa el negro del luto sentó reales cuando quedó sin su pareja. Y ahora, los bisnietos se aprestan unos a despedir el año en las playas, otros en las discotecas y el más conservador en una fiesta de hotel. Se acabaron los bailes de gala en los clubes, en donde las jóvenes parecían princesas salidas de cuentos de hadas y los muchachos vestían frac o esmoquin.
Un enjambre de chicos y chicas con pantalones vaqueros, tenis y chumpas (chupas) le dice adiós. Esa noche la bisabuela sueña con compases de valses, nubes de tules y sedas, y copas de cristal de las que, joven y bella, sorbe dorado champán.