Vida

HORRORES IDIOMATICOS Y ALGO MAS

Pavo al piso

En casa la celebración de Navidad es una mezcla de tradiciones resultante del aporte de nuestros antepasados.

Mía es la antigua receta española de una pierna de cerdo, traída de la península por una tatarabuela. De mi marido, la afición por el pavo que tenía mi suegro, después de vivir más de una década en E.E.U.U., y que le trasmitió. De ambos es el gusto por los tamales rojos y negros, los turrones y el mazapán.

Roberto “jaló” también la tradición de que fuera yo quien cocinara y a mí me correspondía preparar los platos, tarea que comenzaba -aún comienza- desde varios días antes, y en la que ni él ni ninguno de mis tres hijos participaban… hasta que ocurrió el suceso que ahora les relato.

Hará unos quince años, cuando finalizaba el día 23, ya horneada la pierna, que exhalaba un aroma exquisito a salsa agridulce de piña, azúcar morena, vino y especias (no especies), la dejé guardada en el horno mientras se enfriaba. Quedaba pendiente para la mañana del 24 la hechura del pavo. Mis hijos, jovencitos los tres, se habían marchado a una fiesta, y al regresar, poco después de la media noche, subieron a mi dormitorio a desearme buenas noches y luego se perdieron en el primer piso (no nivel). Supuse que quien a leer, quien a prepararse un tentempié, quien a ver televisión.

Nimosa me levanté en la mañana del 24. Era un día hermoso, el cielo azul y diáfano, el clima templado, agradable, la casa olorosa a pino y a deliciosa pierna. Abrí el horno y me pareció muy extraño que un volcán de salsa recubriera la parte superior del pernil. Sospechando lo peor, procedí a examinarlo y, en efecto, había sido atacado por el trío de patojos voraces e irresponsables, que después de comerse la parte de arriba, le dieron la vuelta, la cubrieron con salsa e hicieron chitón, a sabiendas de que no alcanzaría para la cena. Tanto me entigrecí que, tras despertarlos (dormían como ángeles, después del festín), les hice saber que me largaría todo el día, que vieran como cocinaban el pavo y los platos complementarios: un áspic de salmón de la cocina francesa de mamá y un puré de camotes (batatas en otros países de Hispanoamérica).

Decidí visitar a algunas amistades y regresé con el crepúsculo vespertino. El perfume de los albaricoques, el vino y la mantequilla (en España, manteca de vaca) saturaba mi hogar. Tres jóvenes, no tan rozagantes, me recibieron con contrición y me mostraron el pavo dorado y jugoso, un jamón “glaseado” (extra), la pierna, sometida a cirugía cosmética, el áspic y el puré. Supe después que Rosario, mi hija, que fue “el chompipe de la fiesta”, había dejado caer el ídem dos o tres veces al sacarlo del horno al voltearlo, pero quedó tan sabroso que desde entonces ella lo cocina y lo llamamos “pavo al piso”. Creo que ahora ya no se le escapa, aunque no me consta, porque desde esa fecha no me aparezco por la cocina el 24.

A todos mis lectores, muy felices Pascuas y próspero Año Nuevo.

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