La señora que atendía una tiendecita en el Martinico, zona 6, ya no sale más, porque la mataron unos desalmados.
Un niño prematuro pelea por vivir en el hospital, aunque cuando por fin despierte y se dé cuenta y pregunte por sus papás, ellos no estarán.
Este es un canal violento, que no debería estar permitido para niños, pero aun así, abundan los ojos infantiles en las escenas del crimen. Ven orificios sangrantes, ríos rojos que se apagan conforme la hemoglobina deja ir la vida.
Mejor cambiá de canal, es la idea impulsiva que suena en la mente, pero el control no sirve, la pantalla gigante no tiene botones ni siquiera para apagarla.
Estamos dentro de ella, otra vez en un documental del tránsito aterosclerótico, en un monólogo tedioso o en un noticiero con otro piloto muerto, otro sicario atrapado, otros 20 teléfonos incautados, tiempo de aire que nadie ha visto pero ha salido por entre las mallas y los alambres espigados. Tal vez mañana vea mejor una de esas películas felices que ganan el Óscar.