Vida

Metropolitánicamente hablando: Las maras

Su cuerpo es una bolsa de cuero, sellada con remitentes

Pareciera que se tatúan hasta el fondillo y que se adornan con aretes de hojalata todos sus pellejos. Hasta los colgajos. El sentido de existencia del marero se me figura lleno de rasgaduras; su visión del mundo ha de tener que ver con meter agujas, puyar, sentir ardor, hacer cortaduras, correr y practicar la llave de dedos para salir bien en la foto cuando lo agarre la Policía. Ha de pensar y dormir con eso, toda la vida.

El cuerpo tatuado del marero parece una bolsa de cuero sellada con remitentes, corazones, nombres, direcciones y flechas. Se dibujan cuanto cacho se les ocurre con tal de parecer ?satánicos? y espantar al prójimo, como advirtiéndole: ?Uy, …yo doy mucho miedo.?

Sin embargo, ese satanismo es más moda que el verdadero y estereofónico crujir de dientes con que atentamente nos amenaza la Biblia.

Satanás, si es que existe, seguramente extermina a los buenos con sus monstruos de verdad, malos como ésos que salen en las películas viejas de Ultramán. Y cada marero no ha de parecerle más que un miserable peón en la escala maléfica del ajedrez social.

Debajo de esos tenis y del pantalón flojo, además de pellejo el marero no tiene más que soledad. Él con todas sus navajas, desnudo y arrinconado en una esquina del baño, ha de saberse sólo un trozo de carne que no sabe ni limpiarse. Pero hace lo que sea, hasta golpear y matar con tal de responder ante el grupo: Eso se llama cobardía.

Todo marero se las da de muy rebelde, pero él mismo es la máxima evidencia de la sumisión. La individualidad lo apacha, la soledad lo aterroriza, quiere ?pertenecer? y por eso se integra con todo y sus trastes punzantes a un grupo que lo acepta. Aquí entra la culpa del gobierno, porque no da educación ni impulsa proyectos y se roba nuestro dinero. Pero ese lío da para 80 páginas.

Volviendo a lo de pertenecer, así como los curas se juntan en un seminario, los bolos en la cantina y los búfalos en manada, el marero busca quién lo apalee. Porque, según parece, entre ellos se truenan los hocicos y se pelean por liderazgo o por mantener la clientela de coca, piedra y ácidos.

Además de poseer las tres virtudes: soledad, pobreza y fealdad, vive para arruinarle la vida a otro.

Entonces impone su Impuesto de Circulación (le cobra a los choferes de bus el derecho a no ser asaltados), viola mujeres, mata, huye.

La crueldad del marero es verdaderamente gruesa, pero su alienación es sólo un poco diferente a la de las quinceañeras locas por modelar lencería: Han visto el modelo gringo en la tele.

Las maras de antes

Eran igualmente agresoras. Sólo que antes utilizaban chacos, piedras y manoplas para pelearse, mara contra mara, en cualquier campo de fútbol. Huían de la Policía, no la enfrentaban como ahora. En Guatemala surgieron durante los años setentas y hoy, viejos y panzones, los ex-mareros han de estar contándole a sus nietos historias románticas a lo Romeo y Julieta, donde los Capuleto eran los de La Isla y los Montesco eran de La 18 Calle, peleándose por una mujer o por los cuernos puestos al amigo.

No es que los mareros de antes fueran ingenuos, lo que pasa es que el tono de su trayectoria ha ido subiendo a gran volumen, tanto que los mareros actuales andan armados con bombas molotov, pistolas y granadas. Imponen terror hasta a la Policía y son tan cobardes que matan por aquí y por allá como si fueran ?Asesinos por naturaleza?.