“Amarrada la cabeza
con un pañuelo rojo.
Oculto detrás de un pliegue
de su enagua / un pedazo de oro o plata.
Así lo hicieron las abuelas,
así lo hicieron nuestras madres.
Así se protegen las embarazadas
de los efectos de la luna
para que los hijos
no nazcan tuertos”,
reza el poema de Humberto Ak’abal (1952-2018) titulado Amarrada la cabeza.
Un pañuelo rojo que encierra poder. Y es que en el lenguaje del color, según la terapeuta Rosario Urrutia, el rojo se relaciona con el amor y el corazón, pero además ayuda enraizarnos de nuevo con la tierra, cuyo fuego interno es poderoso.
Es por esa razón que, inconscientemente, a veces se elige esta tonalidad cuando estamos agotados y lo buscamos en nuestras prendas de vestir o al beber vino o rosa de Jamaica.
No muy lejos, el naranja resulta un color que inspira vitalidad. Nace de la combinación del amarillo y el rojo. Sin duda, se asocia con el despertar, el amanecer, el resurgimiento de la energía y el entusiasmo.
Presencia total
El rojo, en la cosmovisión maya, representa el oriente, la sangre y la vida. Es uno de los cuatro puntos del universo identificados con colores específicos. Es aquí donde nace el Sol y el comienzo de toda actividad, en el tiempo y el espacio.
Al momento de ofrecer las ceremonias mayas también está presente a través del fuego, que busca ser una comunicación con el Ajaw, creador y formador. En las ceremonias, los sacerdotes mayas ofrecen candelas encendidas y pom sobre las brasas en lugares sagrados.
En la naturaleza resalta el rojo. Por ejemplo, en un entorno verde destaca la flor de Pascua, tan característica de la época de fin de año, con su proyección de unión familiar.
La llamada ave del paraíso, con su forma exótica, es una de las flores más cautivadoras. Mientras en el oriente del país llama la atención el árbol de flamboyán, con sus esplendorosas flores anaranjadas, especialmente en los departamentos de Chiquimula, Jutiapa o Jalapa.
El rojo constituye una de las fases previas del café. Al madurar sus frutos se transforman en botones rojos o anaranjados, dependiendo de la variedad. Debajo de esa cubierta se esconden los granos que llevan distintos procesos antes de llegar a la taza como bebida omnipresente en nuestro país y el mundo.
Pero, sin duda, una de las manifestaciones más impresionantes de estos colores combinados se observa en la lava, ya sea que discurra en un flujo sinuoso o expulsada violentamente por el cráter. Arroyos encendidos, antorchas colosales y vertidos incandescentes han configurado el paisaje y buena parte del territorio guatemalteco a lo largo de millones de años.
Quizá sea por eso que las tonalidades rojizas también se apoderan de la memoria de los pueblos desde tiempos ancestrales. Tras sobrevivir durante siglos, las vemos en los murales del sitio arqueológico San Bartolo, en Petén, refiere el historiador Johann Melchor. Este complejo tiene cerca dos 2 kilómetros cuadrados y se estima que data del año 100 a. C. El mural expone sacrificios ceremoniales y personajes enigmáticos.
Asimismo, durante la Colonia se utilizó el tinte denominado grana, que se obtenía de la cochinilla y comenzó a producirse en Mesoamérica, agrega el historiador. En Guatemala dio inicio desde antes de la Independencia, en especial en Antigua Guatemala y Amatitlán.
Se utilizaba para pintar ciertas áreas de las casas, así como para teñir textiles.
España, por su parte, empezó a aclimatar la cochinilla en las Islas Canarias, el único lugar donde prosperó. Sin embargo, en 1850 surgieron los tintes con base en anilina, que eran más económicos, lo cual llevó al declive de la grana para uso industrial. Actualmente todavía se usa en la elaboración de algunos medicamentos y como colorante de alimentos y cosméticos.
En el libro La gran cochinilla, de la Universidad Nacional Autónoma de México, se describe un aspecto curioso. Cronistas españoles del siglo XVI se refieren a la cochinilla como el “preciado fruto”, pese a que se trata de un insecto. Durante casi dos siglos los compradores europeos creyeron que era un producto vegetal.
También se menciona el achiote, que además de tener un sabor muy especial, es un colorante muy conocido en la gastronomía.
Esta planta también se usaba para colorear ciertas esculturas y para otorgar una tonalidad rojiza a la bebida de cacao.
El achiote es un arbusto que crece en áreas tropicales. Su nombre científico es bixa orellana. Se le dio este nombre en el siglo XVI por la familia botánica a la que pertenece y por el español Francisco Orellana. Actualmente se localiza en áreas de Petén y Alta Verapaz.
En la cocina es reconocible por el color intenso que da a los platillos, en especial los recados, y uno de los ingredientes del kak’ik o caldo de chunto, el cual también utiliza otro famoso ingrediente de fuego: el chile cobanero.
La chef Hiliana de Ramírez hace un recorrido por la gastronomía guatemalteca y de cómo este color da fuerza y está presente en la gastronomía de país. Los colores impactan en nuestro estado de ánimo y en el deseo de saborear determinados alimentos, pues estimulan el apetito, comenta la chef.
Rojo es el color de nuestros tomates y el chile guaje de color intenso con el que se prepara el famoso subanik de tres carnes de San Martín Jilotepeque, Chimaltenango. Así también es el protagonista del recado de los tradicionales tamales rojos guatemaltecos.
Los mercados están pletóricos de vegetales y frutos de estos colores como la naranja, la papaya, la mandarina, la zanahoria, el melón y el güicoy sazón, además de la fresa, la sandía, los rábanos y tantas otras especies silvestres.
En lugares como los Cuchumatanes, Huehuetenango, Quiché, Quetzaltenango y San Marcos es posible ver los campos de manzanares, fresas y frambuesas, frutos que se comen naturales o en jaleas, compotas y néctares.
El color anaranjado están presente em los paches de los jueves, preparados especialmente en Quetzaltenango y acompañados de las deliciosas shecas, servidas con un tradicional café guatemalteco o un espumante chocolate, agrega De Ramírez. De este color es el pulique de Sololá y las tiras de panza en amarillo con epazote, así como el refresco de tiste de Quezaltepeque, Chiquimula.
Los textiles
En la tradición textil de los pueblos mayas, el rojo y el naranja comparten espacio, sobre todo en los huipiles de varias regiones, explica Violeta Gutiérrez, del Museo Ixchel del Traje Indígena.
El recinto registra en su colección 189 comunidades que visten trajes tradicionales. La colección se compone de una variedad de prendas de uso diario y ceremonial, entre ellos huipiles, cortes (faldas); su’ts y paños (hechos para diversos fines), perrajes o rebozos, cintas y tocoyales (cintas y bandas para la cabeza) y sacos, entre otros. Gutiérrez comenta que tanto en prendas como en detalles de servilletas o accesorios, el rojo es prácticamente infaltable.
En algunos lugares, las mujeres utilizan una cinta roja para trenzar el cabello o bien para enrollar la cabeza. Su simbolismo es el de una serpiente protectora contra los males. Aunque su forma de colocación puede variar, el significado es transversal a varios pueblos.
El artista Rudy Cotton, director del Museo Nacional de Arte Moderno, comparte que este color es muy estimulante, refleja emoción y también es simbólico. Puede servir de puente entre toda la gama cromática, pues evoca energía. Esa misma que pinta las olas de Monterrico al amanecer, que tiñe el cielo de formas caleidoscópicas, pero siempre cálidas, nostálgicas y memorables en tantos parajes del país, que quedan inmortalizados en un instante fotográfico.