Salud y Familia

¡A jugar!

Tirar los dados, repartir cartas y mover fichas por el tablero: nuestra escritora y su familia están jugando juegos de mesa como una estrategia de supervivencia y han aprendido algunas cosas. ¿Por qué son tan relajantes estos juegos en este momento?

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Los juegos de mesa entretienen por horas.  Foto Prensa LIbre NYT

Los juegos de mesa entretienen por horas. Foto Prensa LIbre NYT

En el mejor de los casos, soy una mala perdedora. También soy una ganadora inquieta y torpe.

Sin embargo, he pasado el último mes jugando toda clase de cosas: 20 preguntas, veo veo, juegos de memoria, juegos de relacionar y tanto escondite como lo permite un apartamento de tres habitaciones. Principalmente, he estado jugando juegos de mesa con una obsesión que no había sentido desde que tenía 9 o 10 años y haciendo trampa en Candy Land (deslizando la carta de la reina Frostine justo debajo de la primera carta del montón y diciéndole a mi hermana, alegremente: “¡Empieza tú!”).

Si, como yo, creciste con una caja maltrecha de Sorry! y un Batalla Naval al que le faltaban al menos dos de sus barcos, debes saber que los juegos de mesa han mejorado. Cada año lanzan un montón y la variedad de juegos y las mecánicas que los rigen son casi infinitas.

Todavía no leo los libros de la biblioteca, no puedo ver una película completa, ni siquiera un episodio de una serie de comedia de 23 minutos, sin revisar mi teléfono. Entonces, ¿por qué sí puedo estar concentrada durante hora y media regateando el precio de unos camellos en un mercado indio del juego Jaipur o simulando tejer un edredón en Patchwork?

Si bien he reducido la mayoría de los gastos discrecionales, sigo buscando ofertas de juegos usados para niños —Outfoxed!, ¡Aventureros al tren! El primer viaje, Sushi Go— y unos cuantos para adultos en eBay. Hace una semana, me sumergí en un abismo de Google comparando juegos de mesa cooperativos. Cuando finalmente logré salir a rastras de allí, me di cuenta de que había encargado “Sherlock Holmes: Detective Consultor” desde Inglaterra. El costo del envío fue sorpresivamente razonable.

Con gran parte de la vida trasladada al mundo en línea, hay una gran satisfacción en el aspecto táctil de los juegos de mesa. Hay un placer casi indecente en tirar un dado, repartir cartas y hacer avanzar una ficha en el tablero. Además, muchos de ellos son confecciones hermosas que atraen por sus colores y formas. Pero los libros de la biblioteca, al fin y al cabo, también son táctiles. Algunos incluso tienen ilustraciones. ¿Por qué entonces son los juegos los que llaman mi atención?

Le escribí a Joey Lee, quien dirige el Laboratorio de Investigación de Juegos en el Teachers College de la Universidad de Columbia, con la esperanza de que pudiera descifrarlo. Los juegos de mesa, dijo, crean un “círculo mágico”, una idea que se puede decir que tomó prestada del historiador cultural Johan Huizinga. Lee escribió que ese círculo, dentro del cual todos acuerdan ajustarse a las mismas reglas y restricciones, proporciona “una estructura y un ambiente que fomenta risas, creatividad, felicidad y otros momentos llenos de placer que son el resultado de resolver problemas con éxito, optimizar nuestras estrategias, trabajar juntos o competir con otros jugadores”.

Eso sonó como una manera ambiciosa de describir lo que sucede cuando mi hijo de 3 años y yo ahuyentamos troles en My First Castle Panic, pero está bien, lo acepto.

Nicholas Fortugno, profesor y diseñador de juegos, explicó por qué jugar con mis dos niños pequeños ha mejorado nuestros torpes intentos para darles clases en casa. “Los juegos nivelan las diferencias de edad”, dijo. “Si soy un niño de 10 años jugando con mis padres, la estructura de autoridad que normalmente rige la manera cómo me comporto desaparece en cierto modo. Para fines del juego, somos iguales”.

También he estado probando juegos de mesa con mi esposo, porque necesitábamos un cambio refrescante de nuestros otros juegos como “Oye, ¿le has echado un ojo al plan de retiro últimamente?” y “¿Por qué estás bebiendo tanto?”. Durante el tiempo que tuve a mi disposición a expertos en juegos, les pedí a varios de ellos que fungieran como concierges de juegos (“Prefiero el término ‘sumiller’”, me dijo Fortugno) y me recomendaran algunas opciones que no nos acercaran más al divorcio, o que al menos lograran posponerlo hasta después de la cuarentena. También les mencioné que soy el tipo de monstruo que se toma los juegos “muy” en serio.

Erik Arneson, quien escribe libros sobre juegos de mesa, me dijo algo reconfortante: “Los juegos de mesa son uno de los pocos espacios en la vida en los que eso es más o menos socialmente aceptable, mientras no te enfurezcas y vuelques la mesa si pierdes”. Le dije que no lo haría. Nuestra mesa es muy pesada.

Arneson me recomendó Patchwork, “un pequeño juego adorable para dos personas que se trata de hacer edredones”. Casualmente, mi esposo lo había comprado. (Patchwork es una excepción a mi afirmación de que “los juegos son hermosos ahora”, pues su paleta de colores combina un crema enclenque y un verde clínicamente depresivo). Arneson me advirtió que a veces podría molestarme con mi esposo por haberme quitado una pieza que necesitaba. Y así fue, pero esa molestia en particular, a diferencia de mis sentimientos sobre la distribución de la carga emocional, digamos que fue discreta y local.

Aun así, sugerí que buscáramos juegos cooperativos. El mejor juego cooperativo, según varios expertos, es Pandemia, el cual ciertamente sonaba algo literal para estos tiempos. En vez de eso, hemos pasado unas cuantas veladas sociables jugando el juego ese de Sherlock Holmes que compré y probando algunos juegos de escape. Esos también son algo literales, considerando que la vida familiar durante una pandemia puede sentirse como estar encerrado en un cuarto. En el juego, al menos, es posible escapar. Hace dos noches, logramos escapar de un museo siniestro y nos sentimos —contra toda lógica— como si realmente hubiéramos logrado algo.

Podríamos haber jugado cualquiera de estos juegos en los últimos años, pero no lo hicimos. La mayoría de las noches yo estaba en el teatro. Los niños duermen irregularmente. No hubo pandemias anteriores que nos obligaran a quedarnos en casa. “Muchos juegos fueron inventados porque grupos de personas tenían que pasar el tiempo juntos y empezaron a aburrirse”, dijo Fortugno. Así son la mayoría de las familias. Sin embargo, eso no explica del todo por qué los juegos —hasta Patchwork— son tan relajantes en este momento.

En dos o seis meses, o cuando sea que la cuarentena empiece a levantarse, no creo que vayamos a jugar tanto. Los niños pasarán la mayor parte del día en el colegio. Broadway tendrá que reabrir en algún momento. Les regalaremos algunos juegos de mesa a los amigos y donaremos otros al fondo de préstamos de la Biblioteca de Brooklyn. Pero, hasta entonces, seguiremos abriendo la caja, desplegando el tablero y barajando las cartas. ¡A jugar!

 

(Peter And Maria Hoey/The New York Times)

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