Pero, ¿qué tiene eso de malo? Y en todo caso, ¿los adultos son distintos? “Antes de iniciar una conversación con su hijo o hija, pregúntese cuál es el motivo por el cual quiere que pase menos tiempo delante de la pantalla”, apunta la pedagoga alemana Kim Beck.
A menudo los padres están preocupados porque no saben qué hacen exactamente los niños cuando están conectados. Al respecto, la psicóloga Anna Miller sostiene que cuando el niño se adentra en mundos que no son accesibles para los adultos, se desencadenan temores.
“A causa de lo digital, ya no estamos físicamente presentes o localizables para nuestros semejantes, no estamos conectados, sino que estamos todos corriendo de un lado a otro como pollos sin cabeza”, señala la autora del libro “Verbunden” (Conectados), en el que resalta la necesidad de conseguir un equilibrio digital.
“En estos tiempos digitales, hay que buscar el modo de hacerse un espacio para las cosas que realmente te importan”, destaca.
Una pequeña prueba de realidad contra los miedos
Kim Beck recomienda en primer lugar observar detenidamente lo que hace el niño cuando está mirando fijamente su móvil y cuál puede ser su motivación.
A continuación, los padres pueden preguntarse si está justificada la preocupación que tenían antes y también analizar de qué manera pueden satisfacer la necesidad de su hijo fuera de la pantalla.
Por ejemplo, puede ocurrir que la hija esté todo el tiempo con el móvil y surja la preocupación de que ya no se encuentra con sus amigos.
“Pero luego ven que está chateando con las chicas del club y que se envían vídeos de Tiktok entre ellas”, comenta la especialista en medios. Entonces la preocupación por el menor número de contactos sociales no estaría justificada, agrega.
Sin embargo, es posible que igualmente valga la pena mantener una conversación con respecto a las redes sociales.
“Esto no es algo que se pueda resolver en cinco minutos”, apunta Beck y aconseja tomarse tiempo para charlar con la hija, por ejemplo, acerca de qué tipo de vídeos le gustan.
“A lo mejor son vídeos de baile y pueden ensayar todos juntos una coreografía. O hay una escuela de danza que ofrece clases apropiadas para ella”, sugiere.
“Por supuesto, los padres son modelos que seguir en lo que se refiere al uso del celular, pero nosotros no crecimos como los niños de hoy en día”, resalta Beck.
“Desde que nacen, los niños ahora tienen los smartphones a su disposición para hacer fotos o vídeos. Hacemos que los dispositivos sean interesantes y ellos imitan el comportamiento de los adultos“, opina la pedagoga.
Por tal motivo, Beck hace hincapié en que también el adulto debe admitir que pasó una hora en Tiktok o Instagram sin prestar atención al tiempo.
“Al fin y al cabo, las aplicaciones están diseñadas para mantener a sus usuarios en la pantalla el mayor tiempo posible, y esto, es algo que también entienden los niños y los jóvenes. Entonces ambas partes pueden pensar conjuntamente qué se puede hacer para mejorar”, comenta.
Según Miller, para los padres puede valer la pena preguntarse cuándo obtienen un beneficio de lo digital y con qué propósito: por ejemplo, ¿estoy abrumado emocionalmente y solo quiero un poco de tiempo para mí? ¿Hay aspectos de lo digital que me dan energía y hay otros que me la quitan?
Los niños pueden ser un buen espejo. “Pregunte a sus hijos cómo perciben su consumo digital. Pregúnteles si hay algo que les molesta”, recomienda Miller en su guía digital. Y la pregunta más interesante: ¿qué reglas pondrían los hijos a sus padres, si les correspondiera a ellos definir alguna?
Miller también sugiere integrar el tiempo offline (sin conexión a internet) compartido como un proceso consciente en la vida familiar. Por ejemplo, se puede acordar un lugar donde deponer los smartphones o tabletas cuando todos llegan a casa. O se puede acordar que nadie mire el móvil mientras se juega un juego de mesa.
“Se trata de notar que lo pasamos muy bien cuando el teléfono está apagado, que no es un castigo ni una amenaza”, señala.
Los expertos coinciden que limitarse a “fijar” una determinada cuota horaria o a programar el tiempo de pantalla no es suficiente.
“Al final, casi siempre hay discusiones al respecto, los padres intentan hacer cumplir la norma de los 30 minutos y el niño se siente totalmente incomprendido”, resume Beck. Por ejemplo, porque el juego dura 40 minutos, pero el niño debe finalizarlo a la media hora.
Según la edad, podría tener sentido distribuir una cuota de tiempo a lo largo de una semana, de forma similar a una mensualidad. “Eso fomenta la responsabilidad personal”, explica Beck. Agrega que más importante que hablar del tiempo de pantalla es dejar espacio para el tiempo real. “No se trata de qué cosa queremos menos, sino de qué cosa queremos más”.
La especialista en medios afirma que los niños necesitan aprender inteligencia emocional, tolerancia a la frustración y negociación lo antes posible. “Debemos sentar unas bases sólidas en la vida real, con contactos sociales, ejercicio, comunidad y, a veces, también frustración”, enfatiza.