El estudio, que surgió de investigaciones relacionadas con roedores, sugiere que nuestros cuerpos saben cuánto debemos pesar y, si excedemos abruptamente ese nivel, pueden obligarnos a perder peso. Pero esas conclusiones también plantean preguntas interesantes sobre por qué muchos de nosotros engordamos durante la edad adulta y si algunos aspectos de nuestro estilo de vida moderno, como las largas horas que pasamos sentados, pueden contribuir a esa situación.
Cualquier persona que ha perdido varios kilos para luego ver, con tristeza, cómo vuelven a su cuerpo, ha experimentado la fuerza de la homeostasis. Siendo un concepto biológico bien establecido, la homeostasis se refiere, en esencia, al obstinado deseo de nuestros cuerpos por mantener las cosas como han estado. Si un proceso fisiológico funcionó en el pasado, por lo general, el cuerpo intenta restablecerlo cuando algo cambia dentro de nuestro organismo.
En la práctica, la homeostasis significa que si, por ejemplo, logramos disminuir algo de grasa corporal, varios mecanismos homeostáticos en nuestros cerebros y células reconocen esa pérdida y comienzan a enviar mensajes que aumentan el hambre o nos impulsan a movernos menos hasta que, inexorablemente, volvemos a subir de peso.
Pero, por alguna razón, son raras las ocasiones en que sucede la reacción homeostática opuesta. Si sobrepasamos nuestro peso original o si, en el curso de la vida moderna normal, aumentamos algunos kilos, nuestros mecanismos innatos de control de peso rara vez se activan para alertar a nuestros cuerpos con el fin de quitarnos esos kilos de más. En cambio, tal parece que el sistema homeostático se encoge de hombros y acepta esa masa corporal adicional como la nueva normalidad.
Hay muchas teorías sobre por qué los kilos de más son tan difíciles de controlar, y los mecanismos completos que rigen sus dinámicas siguen siendo misteriosos. Pero hace unos años, los investigadores de la Universidad de Gotemburgo en Suecia comenzaron a preguntarse sobre el tiempo que pasamos sentados. Ser sedentario durante varias horas al día se asocia con mayores riesgos de aumento de peso y obesidad, en parte porque el acto de sentarse quema pocas calorías.
Sin embargo, los investigadores suecos se preguntaron si la inmovilidad quizá también engaña a los cuerpos haciéndoles creer que pesan menos porque las sillas soportan una parte del peso corporal. Para estudiar el tema, hace unos años realizaron experimentos extensos con roedores que presentaban sobrepeso. Los científicos implantaron gránulos de plomo en los animales, haciendo que instantáneamente fuesen más pesados.
Al cabo de dos semanas, la mayoría de los animales habían perdido suficiente grasa corporal como para que su peso, incluidos los gránulos, fuera casi el mismo que el del mes anterior. Después de remover los gránulos, los animales recuperaron el peso perdido. Su control de peso homeostático había funcionado.
No obstante, cuando los investigadores realizaron el mismo experimento en animales que fueron criados para tener pocas células óseas de un tipo especializado que detecta la presión externa que se ejerce en el esqueleto, perdieron poco peso tras el implante de los gránulos. Al parecer, la sensación que sus cuerpos tenían sobre cuánto pesaban se había desequilibrado.
Los investigadores sostienen que, normalmente, las células óseas de los animales habrían proporcionado lo que definieron como un “gravitostato”, utilizando la presión del cuerpo contra el suelo para detectar su peso y enviar mensajes al cerebro sobre si ese peso había aumentado o disminuido. Sin el trabajo de esas células óseas, los roedores no se dieron cuenta de cuán pesados se habían vuelto.
Sin embargo, las personas no son roedores y los hallazgos, aunque son interesantes, no nos dicen nada sobre nosotros. Entonces, para el nuevo estudio que se publicó recientemente en la revista EClinical Medicine, los mismos científicos reclutaron a 69 adultos con sobrepeso y, en vez de gránulos de plomo, les pidieron que usaran chalecos pesados. Algunos de estos chalecos agregaron un 11 por ciento adicional al peso corporal de las personas que participaron; los otros solo incrementaron alrededor del 1 por ciento y sirvieron como grupo de control. Se les pidió a los voluntarios que usaran los chalecos durante todo el día, pero que no cambiaran sus dietas ni sus estilos de vida.
Después de tres semanas, los hombres y mujeres que usaron los chalecos más pesados perdieron aproximadamente 1,3 kilos de grasa, en promedio, que era menos que el peso de sus chalecos, pero también sustancialmente mayor a lo registrado en el otro grupo cuyo adelgazamiento fue insignificante. Los científicos creen que parte de esta pérdida exitosa probablemente se deba a que las personas con los chalecos más pesados ahora tenían más masa, lo que significa que quemaban más calorías cada vez que se movían.
Pero los resultados también indican que, al igual que los animales en los experimentos anteriores, los humanos pueden tener un gravitostato, dijo John-Olov Jansson, profesor de la Universidad de Gotemburgo que supervisó el nuevo estudio. Si es así, nuestros cuerpos y huesos dependen de la presión relativa que ejercemos contra el suelo para saber si nuestra masa corporal ha cambiado y si, en aras de la homeostasis, deberíamos aumentarla o disminuirla un poco.
En ese caso, la conclusión general es que es posible que tengamos que ponernos de pie y movernos para que nuestro gravitostato funcione correctamente, explicó Jansson. Cuando te sientas, “confundes” a los sensores celulares para que piensen que eres más ligero de lo que realmente eres, afirmó.
Sin embargo, la idea de un gravitostato interno sigue siendo especulativa, comentó. Los investigadores no analizaron las células óseas de los voluntarios involucrados en este estudio. Tampoco compararon sus dietas y el tiempo que pasaban sentados, aunque esperan hacerlo en futuros experimentos. Además, el estudio fue a corto plazo y tiene limitaciones prácticas. Por ejemplo, los chalecos pesados son engorrosos y poco atractivos, y algunos de los voluntarios se quejaron de dolor de espalda y otras molestias mientras los usaban.
Pero los investigadores esperan que usar un chaleco pesado no sea necesario para poner en acción el gravitostato de alguien, mencionó Jansson. Si tienen razón, levantarte de la silla podría ser un primer paso para ayudar a que el cuerpo recalibre tu peso.