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Junto a mis amigas Andrea y Paula, que no somos expertas en fiestas, decidimos preguntarle a amigos qué lugares podrían ser opción.
El after party parece un mito en Guatemala, donde la Ley seca entra en vigor a la una de la mañana. Algunas discotecas empiezan a sacar a las personas media hora antes para evitar problemas legales, pero existe el secreto a voces de que hay lugares donde la fiesta puede terminar a las 8 de la mañana. Algunos establecimientos tienen eventos programados. En otros, solo hay que pagar el cover. En el caso de las mujeres, dependiendo del lugar y cuántas son en el grupo, pueden entrar gratis.
Comienza la fiesta
A medianoche todos los clubes están a reventar, antes de irnos, tenemos que pasar recogiendo a Paula.
Hay una disco en la zona 10 para universitarios. En la entrada los bouncers piden el carné de la universidad, si no tienen, una identificación. Por lo general todos son muy jóvenes y aquí organizan fiestas de facultades y organizaciones estudiantiles.
El after party se ha convertido en un secreto a voces en varios sitios de la ciudad, así como en casas privadas.
Se sabe que muchas personas organizan eventos privados en sus viviendas y así evitan que la policía intervenga. Sin embargo, sí promocionan estas fiestas en las redes sociales. Algunos sitios son all you can drink (todo lo que pueda beber), por lo que es muy probable encontrarse con personas en alto estado de ebriedad.
Existe una fiesta mensual que se promociona a través de Facebook y se efectúa en diferentes lugares de la zona 1. En esa misma zona hay un bar a puerta cerrada.
Justo a media noche se escucha 17 años de Los Ángeles Azules y Paula nos escribe que no quiere salir de la fiesta, “¡Escuchen ese cumbión!”. Finalmente sale, se sube al carro y nos vamos al denominado after party.
Decidimos probar a un club ubicado en un edificio sobre la Calle Montúfar, zona 9. En este lugar el cuarto piso es para una discoteca y el quinto es otro club más exclusivo.
Llegamos a las 12.30 y rápido se acercan los cuidadores de carro y apuntan sus linternas para ubicarnos. Uno de ellos me pide que estacione el carro en la esquina. Por miedo, y la insistencia de Paula para ir a otro lugar, damos la vuelta. Pasamos frente otra disco que también cierra tarde, pero tiene música electrónica.
Un señor ofrece un buen parqueo, pero advierte que cuesta Q30. Le preguntamos si está contratado por la discoteca. Él nos cuenta que para poder colocarse frente al club debe llegar a las 16 horas y ayudar a limpiar el lugar. “Si el consumo es alto, aquí nos quedamos hasta las 6 de la mañana”, nos explica.
En la entrada del edificio encontramos seis personas de seguridad, una de ellas, mujer. Andrea y Paula quieren fumar un cigarro antes de entrar, y mientras esperamos se acercan dos chicos. Ellos nos dicen que los guardias ya no están dejando entrar y que entre los cinco podemos comprar una botella de “etiqueta roja”, y que una vez adentro nos repartimos la botella y nos dejan en paz.
Suena bien, pero decidimos acercarnos a preguntar. El bouncer nos ve y dice que podemos entrar si vamos solas. Pasamos gratis, sin mostrar identificación. La única mujer de la seguridad revisó a fondo nuestras bolsas, nos revisó el torso con las manos y nos dejó entrar.
Cuando entramos sonaba La gárgola, de Randy, seguida de Siente el boom, de Tito el Bambino. La mayoría de las personas tienen entre 30 y 35 años. Todos tienen mesa, lo que significa que ya han comprado una botella.
En el lugar al menos 20 meseros caminan rápidamente entre quienes bailan. En el piso superior del edificio hay otra discoteca más exclusiva. Al entrar un mesero nos aborda para reiterarnos que si queremos una mesa, tenemos que comprar una botella.
Arriba el ambiente es diferente. Hay más espacio, no hay calor y las personas son más jóvenes. Hay varios extranjeros y menos meseros. Sobre la barra hay un palco, donde todo está más tranquilo. También hay 6 cámaras de seguridad.
A las 12.56 a.m. un mesero llega a dejar un “cubetazo” a una de las mesas cercanas a la pista de baile. Entrega al dueño su tarjeta de crédito, el voucher y factura por el consumo.
A la 1.00 a.m. entra en vigor la Ley seca. Para corroborar los rumores de que no respetan esa Ley vamos a pedir algo a la barra. Paula ya tiene la “fiesta encima”, por lo que ordena una botella de agua. A este pedido el bartender nos ve raro y nos anima a pedir “guaro”.
Los tragos preparados sencillos cuestan Q45 y una botella de agua pura Q30. No pedimos otra bebida.
La música cambia de reguetón a música pop en inglés de hace algunos años. Suena Low y Sweet Scape. La mayoría de la gente canta. Las personas de más edad ya no bailan, solo se mueven al ritmo de la música desde sus mesas.
A la 1.20 vemos una mesa vacía y nos sentamos. Unos minutos después, se acerca un joven con pinta de extranjero y nos deja ¼ de botella de whiskey en la mesa, nos tira un beso y se va. No lo volvemos a ver.
A la 1.37 llega un grupo solo de hombres a la mesa de al lado y ordenan un cubetazo. Veinte minutos después se animan a hablarle a Andrea y le dicen que juntemos las mesas para compartir y platicar, que es casi imposible por el volumen de la música.
Paula tiene que irse, pero antes bajamos a la primera disco, donde es evidente que sigue la venta de bebidas alcohólicas, y vamos al baño. Hay una mujer de limpieza que revisa cada baño antes de que lo usen. Están aseados. Antes de salir una chica se le acerca y le pregunta si tiene “algo para vender”. Ella revisa su bolsa y las cosas que tiene guardadas en el baño y le dice que no, pero que le va a preguntar a otra persona que seguramente va a tener. “Ella me va a decir que saque de su bolsa porque allí tiene la entrega de la noche”, dice la empleada. En ese momento salimos del baño y de la discoteca.
Un destino más
En la zona 4 hay una discoteca gay. Son tres pisos de pura diversión, un lugar predilecto para grupos de mujeres, y pueden divertirse sin tanta preocupación.
Llegamos a las 2.30 a.m., y un policía de seguridad privada nos indica dónde quedarnos; nos da un recibo de parqueo. Afuera las puertas están cerradas y solo se ven las luces en la terraza. La música se escucha ya estando muy cerca del lugar.
En la puerta hay otros cuatro guardias que nos piden el recibo de parqueo y avisan que somos dos las que queremos entrar. Comentamos que se ve todo tranquilo, a lo que el encargado de la puerta responde: “Es que ustedes vienen muy temprano”.
¿Dan factura por el consumo?
Antes de la 1 sí dan. Posteriormente solo queda el voucher de la tarjeta como comprobante.
¿Hay código de vestuario?
En los lugares que fuimos no había. Paula entró con jeans y tenis.
¿Hay seguridad?
Sí, están en las entradas de la discoteca y cerca de los baños. También hay varias cámaras de seguridad.
¿Piden identificación para entrar?
A nosotras no nos pidieron. Hay lugares en los que es un requisito.
Cuando nos dejan entrar, en la recepción nos cobran Q100 que incluyen tres bebidas. También nos dicen que no podemos entrar las bolsas y las tenemos que dejar en el guardarropa.
Con el tiquet se puede pedir una variedad de tragos preparados. Si uno quiere tomar una cerveza o trago sellado debe pagar Q5 más al bartender. Para un Jägerbomb hay que pagar Q10 extra.
A las 3 a.m. el bartender del tercer piso nos informa que debemos bajar porque van a cerrar la terraza. La música es del recuerdo, pero todos la están disfrutando. A las 3.20 a.m. suena Felices los 4 de Maluma.
Más tarde pasa un grupo de amigos y uno de ellos se queda para hablar con Andrea y conmigo. “Qué bonita sos, estúpida”, le dice en tono alegre y ella no lo toma como un insulto.
Poco a poco se vacía el lugar. En la disco también encontramos a un joven que había venido desde Huehuetenango, le pidió a Andrea un cigarro y que se tomaran una foto para recordar la fiesta.
A las 3.45 decae la fiesta. El cuerpo pide descanso y la música indica que es hora de regresar a casa. Los que no han cobrado sus tiquets, se acercan a la barra para pedir los últimos tragos de la madrugada. Las 20 personas que quedan terminan de salir a las 4 a.m.
Falta una parada: la comida. Vamos a uno de esos restaurantes que cierran tarde o abren temprano, a esta hora parece ser lo mismo. En el camino vemos a una persona que madrugó para hacer ejercicio.