Previo a la pandemia por covid-19, el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, dio a conocer que en Guatemala las mujeres dedicaban 36 horas semanales al trabajo no remunerado. Del total, 15.9 eran horas remuneradas.
Se reveló que a los hombres se les remuneraban 43.1 horas laboradas. De esas, 5.7 no eran remuneradas.
De acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo, en la actualidad las mujeres tienen a su cargo 76.2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado, un equivalente a más del triple que los hombres.
Datos como los mencionados reflejan un acontecimiento que aún, en 2021, sigue vigente en sociedades como la nuestra: el sexismo.
De acuerdo con la socióloga Silvia Trujillo, quien se ha especializado en Género, Justicia y Derecho de las Mujeres, el sexismo es un ordenamiento social que prioriza un sexo (o género) sobre el otro.
“El sexismo que conocemos en nuestras sociedades prioriza lo masculino sobre lo femenino, por eso se llama machismo. Es el modelo hegemónico de la modernidad”, cuenta Trujillo.
A decir de la especialista, los patrones de socialización han sido atravesados por el género y en muchas situaciones ha decantado en situaciones de violencia hacia la mujer.
“Estas ideas se nos han trasladado como normales, pero se debe cuestionar porque esa misma normalidad suele encubrir situaciones inequitativas”, sostiene Trujillo.
Aunque las brechas laborales y económicas son una de las manifestaciones del sexismo (o machismo, en este caso), las áreas emocionales y mentales también suelen ser afectadas en las mujeres.
La psicóloga clínica Ana María Andreu apunta que el machismo suele figurar cuando las personas consideran que los hombres son superiores a las mujeres. Al ser puesta en práctica, esta consideración lleva a conductas en las que se normaliza que las mujeres “deben servir”, comenta Andreu.
Planteamientos que dictan que la mujer “tiene su lugar en el hogar”, o que solo ellas deben encargarse de la crianza, y que por ende no merecen un reconocimiento, son expresiones machistas que terminan por denigrar el valor de las mujeres, comenta la psicóloga.
Ana María agrega que incluso muchas veces las mujeres se han visto obligadas o condicionadas a sostener el mismo machismo desde sus hogares debido a la opresión y la costumbre.
¿Cómo nos afecta el sexismo?
La poca valoración hacia las mujeres, que es alimentada por creencias o paradigmas inequitativos basados en el sexismo, tiende a repercutir en distintos momentos de la vida de ellas.
Están presentes desde la niñez cuando se hacen comentarios que aluden a la supuesta debilidad: “Ya va a llorar” o “Pelea como niña” son claros ejemplo, dice la psicóloga Andreu, quien ha trabajado con pequeños desde hace más de diez años.
Ana María Andreu agrega que la óptica sexista también prevalece en la adultez cuando se espera un rol de maternidad, una vez las parejas se formalizan en el matrimonio. La psicóloga apunta que hay quienes insisten en preguntar cuándo se concebirá a un hijo varón.
“Esto genera un gran impacto y presión porque hay quienes procrean varios hijos esperando a un varón en situaciones donde no se pueden mantener incluso económicamente”, señala Andreu.
Tanto Ana María Andreu como Silvia Trujillo coinciden en que la imposición de los “roles de género” –la idea que sostiene que las personas deben hacer ciertas cosas por su género– no afectan solamente a las mujeres, sino a todos en el entramado social.
El sexismo tiene efectos nocivos en gran medida sobre los hombres, al privarlos de su sensibilidad, indica Trujillo.
“Se habla de una mutilación emocional desde la cual se ha popularizado que los hombres no deben llorar. Ese es el primer peldaño para que los varones no puedan mostrar sus emociones. Se haya nacido hombre o mujer, las cosas pueden generar dolor, y no solo un género es el que debe llorar”, argumenta la socióloga.
Los roles masculinos
Roberto Samayoa, asesor en tema de masculinidades, comenta que la idea de “ser hombre” se ha asociado por mucho tiempo con expresiones que establecen que los varones “deben” ser fuertes, abusivos, mandones, gritones e incluso como tramposos.
El especialista comenta que más allá de los componentes biológicos conformados por cromosomas, órganos sexuales y reproducción hormonal, la masculinidad es una idea social que se ha construido alrededor de las influencias culturales y de comportamiento.
Por esta razón, dice Samayoa, en espacios donde ha prevalecido la violencia y la necesidad de supervivencia, es común que se normalice que los hombres deben “resistir” o “aguantar”.
Esto se relaciona además con las ansias de poder. El especialista comenta que muchas veces se cree que al ser más fuerte y resistente se tendrá más poder, por lo que muchas veces, en el caso de los hombres, se pretende que sean más racionales que emocionales en sus distintos contextos.
Esa mirada de la masculinidad hegemónica –la idea de una supremacía o verdad única– ha permeado otro tipo de masculinidades: “Hay muchos tipos de hombres”, expresa Roberto.
“La masculinidad tradicional obliga a que los hombres cumplan con ciertos mandatos. Se cree que deben ser fuertes, que no pueden enfermarse, ser mantenidos o sensibles”, comenta.
Los efectos de estos requisitos pueden llegar a permear la vida de los hombres ya que, al regirse desde esos roles, hay una carencia de emociones que les impide expresar sus necesidades afectivas de manera inteligente, agrega la psicóloga Ana María Andreu. En ocasiones esto detona en malos tratos, irrespeto, falta de empatía y demás situaciones.
Combatir el sexismo desde casa
Los especialistas comentan que las sociedades son variantes, por lo que, a medida que pasa el tiempo, los esquemas pueden ir cambiando.
Prueba de ello son las demandas que muchas mujeres han hecho durante los últimos siglos y que han provocado mayor consciencia respecto el valor que ellas tienen.
No obstante, hay brechas sexistas que siguen presentes y muchas que surgen desde el mismo hogar. Entre las recomendaciones para combatirlas, se encuentran:
- Criar desde el ejemplo: El hogar constituye el primer espacio de educación de las personas. Para lograrlo se debe tomar en cuenta una crianza donde se aplique el amor y la lógica paritaria y sin distinción de género.
- Hablar de contribución y no de ayuda: Cuando se realizan actividades en un mismo entorno en el que conviven varias personas, se debe procurar hablar de “colaboración” y no de ayuda, puesto que la ayuda hace referencia a la obligación que alguien tiene específicamente, y que en ocasiones se cree está relacionado al género.
- Cuestionar la “normalidad”: Los especialistas comentan que el sexismo está muy presente en la sociedad, por lo que se invita a reflexionar y cuestionar aquellas situaciones en las que se cree que alguien debe hacer algo por ser mujer u hombre. Desde la empatía se puede tomar consciencia de los patrones inequitativos que se repiten para así abolirlos.
- Democratizar el espacio doméstico: Tanto la crianza de los hijos, como el cuidado del espacio físico en el hogar, deben ser compartidos por quienes sostienen el espacio. Desde una óptica justa se puede llegar a acuerdos en referencia a los tiempos de cada miembro.
- Señalar, pero no prohibir: Muchas veces los juguetes, caricaturas y películas replican dinámicas sexistas que dan a entender que el entretenimiento y el gusto están relacionados a un solo género. Los especialistas invitan a no prohibir el consumo de estos productos , pero invitan a cuestionarlos y señalar la presencia del sexismo y cómo podrían afectarnos.
- Permitir las emociones: Es necesario que los hijos expresen todos sus sentimientos, pero sobre todo, que los encargados validen esas experiencias. Adicional, se debe procurar enseñarles a responsabilizarse por lo que sienten y tomar decisiones a partir de ello.
- Educar con ternura: Estimular la emocionalidad y la ternura en los hijos permite que estos conozcan esos sentimientos y que, al normalizarlos, también los apliquen en sus relaciones interpersonales; ya que si se educa de esa forma, comprenderán que merecen ser tratados de esa forma y que ellos también pueden hacerlo. Más allá del miedo que algunos padres tienen por hacer más dóciles a sus hijos, esto ayudaría a fomentar la empatía y la solidaridad.